miércoles, 11 de marzo de 2009

El Día de San Valentín en el CPB


A efectos de conocer de modo presencial cuanto pudiera estar ocurriendo tras bambalinas en la más antigua, respetada y respetable institución periodística del país, en mi calidad de estudiante de comunicación social, próxima a recibir el título, asistí desde el anonimato a la Asamblea Extraordinaria del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), convocada para las 9:00 horas del sábado 14 de febrero último, que por cierto, y aunque resulte irrelevante, era el día de San Valentín.

Rondaba el reloj ya por las 10:00 a.m., cuando, de los más de 150 socios, apenas unos 25 —algo así como... ¡el 17 por ciento!— habían hecho presencia en el recinto. «¡Los mismos de siempre!», se concluiría luego entre la resignación y el despecho propios —según pude advertir— de estar, seguramente como tantas veces en el pasado, ante otra convocatoria fallida por el ausentismo. Tras el llamado a lista, y como parece ser tradicional allí, el resto —unos quince miembros— se encargó de aumentar el suspenso a la impaciente espera, al hacer su aparición prácticamente a cuentagotas.

Así quedaba en evidencia una conducta nacional: La impuntualidad, que muchos suelen justificar con el prurito de «¿para qué llegar temprano, si nadie lo hace a tiempo?». Peor aún: Según lo escuché, la inmensa mayoría se abstiene de asistir, amparada en el argumento de la falta de interés de otros, que a su vez actúan en consecuencia. Dadas así las cosas, y no obstante la mística de unos cuantos —por lo visto, fundamentalmente los más antiguos— el destino del CPB parece cada vez más próximo a su silenciosa desaparición.

Desde luego, en mi natural y ocasional circunstancia, entre los asistentes no reconocí absolutamente a nadie, talvez por tratarse de los más veteranos del gremio, a lo mejor ya en uso del buen retiro, según en gran parte sus edades oscilaban del medio siglo hacia arriba. Sería, pues, con el desarrollo mismo de los acontecimientos como de a pocos pude ir identificando a los actores más relevantes de la sesión.

Tampoco encontré en el auditorio a ninguno de los más nombrados en los medios —y también llamados a lista— tales como el expresidente Belisario Betancur, los directores de noticias Yamid Amat, Juan Gossain y Darío Arizmendi, además del humorista (!) Guillermo Díaz Salamanca, entre otros. Aunque sorprendida por la inclusión de «El hombre de las mil voces» en el Círculo, fuera de chiste pensé que igual derecho de asociarse al CPB les asiste a otros famosos del humor, como, por ejemplo, Pedro González, alias «Don Jediondo». En fin, no sólo desconozco el perfil estatutario del Círculo, sino que ahora no es esta la discusión.

Muy en serio, y en rigor del papel que le corresponde como veedor y testigo del acontecer y como conciencia dentro de la sociedad, y en momentos tan cruciales del país —y en particular para el cabal ejercicio y para la misma dignidad de la profesión— hoy más que nunca cabe preguntarse: ¿Por qué el CPB, un gremio con 62 años de tradición y con semejantes personalidades a bordo, no alcanza la verdadera trascendencia de unidad y poder de convocatoria, para el efectivo cumplimiento de su misión moralizadora, crítica, fiscalizadora, democratizadora y progresista, postulado que muy seguramente inspiró su fundación?

La inquietud queda planteada sobre todo cuando temas como las dificultades del quehacer periodístico en Colombia son materia de constante preocupación y alarma entre diversas organizaciones internacionales de prensa a partir de estadísticas como las de los periodistas amenazados, asilados o inmolados en medio del conflicto interno, y en últimas, a raíz de episodios tan controvertidos y tan sensibles como los de Jorge Enrique Botero y Hollman Morris por su presencia en las últimas jornadas de liberación de secuestrados en poder de la subversión.

Tras una breve. pero suficiente ilustración sobre el momento de la entidad, el socio Juan Darío Lara propuso que el CPB abandone el ostracismo y el estancamiento, y asuma la recuperación de su liderazgo de opinión y su prestigio como gremio, para lo cual consideró imperativo designar como cabeza visible —inclusive si es del caso, a título honorífico— a un periodista de reconocida imagen y suficiente eco entre la opinión pública, ya por sus méritos como columnista, ya como reportero en medios de comunicación de señalada importancia.

Era de esperarse que la reunión resultara interesante y constructiva, sobre todo cuando el asunto tenía ya un trasfondo, ventilado en diversos medios de comunicación: Con razón o sin ella, la llamada «crisis del CPB». Sin embargo, el tema se quedó en el aire, puesto que el debate se desviò hacia discusiones más de carácter particular, que de trascendencia para el presente y el porvenir de la entidad, de sus socios y de la profesión misma.

La asamblea, que no pudo deliberar por falta de quórum, había sido convocada para reemplazar a dos de los miembros de la junta que pocos días después de haber sido elegidos habían renunciado el 2 de diciembre último. Tampoco fue posible conocer los motivos que originaron las dimisiones de los socios Amílkar Hernández y Margaret Ojalvo. Por supuesto, ambos quedaron en deuda con sus colegas. Así las cosas, la actual coyuntura no responde al compromiso de la minorìa empeñada en que el CPB sea mucho más que una una vaga y nostálgica referencia de épocas mejores.

Si bien para mí —por razones de mi generación— los asistentes constituían en general un pequeño conglomerado de rostros sin nombre ni apellido —pero con una inclaudicable vocación de salvar al CPB— aún mucho más abstracta me resultaba la identidad de aquella enorme mayoría ausente. No obstante, y al menos por simple curiosidad —la misma que me llevó a vivir esta experiencia furtiva— me di a la tarea de investigar y consignar en mi libreta de apuntes los nombres más «visibles» de quienes no concurrieron, y cuya presencia probablemente hubiese evitado el fiasco de la convocatoria.

Según la memoria espontánea de uno que otro socio que me sirvieron de fuente, faltaron a la cita miembros como los siguientes: los expresidentes del CPB Oscar Alarcón, Fernando Barrero, Gustavo Castro Caycedo y César Mauricio Velásquez, Fernando Álvarez, María Cristina Alvarado, Antonio Andraus, Javier Ayala, Jinet Bedoya, Antonio José Caballero, Fabio Callejas, Carlos Chica, Rodrigo Dueñas, Lucía Esparza, Oscar Gálviz, María Teresa Herrán, Athala Morris, Gloria Pachón, Amparo Peláez, Ricardo Peláez, Amparo Pérez, Guillermo Pérez, Carlos Piñeros, Orlando Plata, Jairo Pulgarín, Rafael Poveda, Hugo Sierra y Alberto Saldarriaga. Sobre el último de los nombrados escuché decir que es un excelente moderador y mediador, y quien, a no dudarlo, en mala hora estuvo ausente.

Para quienes aspiramos a ingresar algún día a esta organización, ojalá en la asamblea prevista para este sábado 28 de marzo se complete el quórum, reine la sensatez y gane la causa, que es la del gremio aún disperso, suerte que deja en grave entredicho el futuro inmediato del Círculo y de la profesión misma, que enfrenta los mayores desafíos de su historia y en todo el espectro: académico, gremial, laboral, de la seguridad social, de oportunidades, de especializaciòn, reconocimiento a la profesión, del libre ejercicio, de la dignidad periodística... etc.

A este ritmo de cosas, me pregunto: ¿Se extinguirá el CPB por sustracción de materia?

P. D. Para quienes se pregunten cómo llega este blog a su buzón, es muy sencillo. Aquí, un primer correo conduce a otro (s), y así sucesivamente. Preguntando se llega a Roma.

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