sábado, 19 de mayo de 2012

Uribe, el twittero energúmeno

Germán Uribe
El fenómeno Uribe, tan repicado y publicitado por los medios en un desconcertante afán por reproducir literalmente todos y cada uno de sus trinos, ciertamente se pasó de la raya.

Inesperadamente la humanidad ha sido sorprendida por una fuerte voz que, vertiginosa, se levantó con notable resonancia y un alucinante cubrimiento global, y que ahora es conocida por todo el mundo como Twitter. Esta portentosa red social, nacida del microblogging, una variante de los blogs, es un servicio que habilita a sus usuarios para comunicarse entre sí a través de mensajes breves, ofreciendo la opción de escribir y leer textos hasta de 140 caracteres, entradas estas que llevan por nombre tweets, derivado del inglés twitter, cuyo significado no es otro que el de gorjear o trinar. Así, pues, quien hoy en día crea una página de Twitter, automáticamente podrá interrelacionarse con otros haciendo uso de mensajes que van y vienen en tiempo real. Esta plataforma, creada en San Francisco en el 2006 por Jack Dorsey, ofrece sus funciones sin costo alguno y tiene la particularidad de relacionar directamente y de forma inmediata tanto a los seguidores del sujeto que abre su página, como a este con quienes lo siguen. Actualmente más de 200 millones de personas gozan de sus beneficios, cifra de cibernautas que día a día se va quedando corta, generando según dato probablemente ya con amplitud superado, 65 millones de tweets al día.

Este sistema de comunicación entre los habitantes del planeta está revolucionando al mundo. Ya de por sí, podría considerárselo como una adicción contagiosa e incurable. Aparentemente por estos días nada puede decirse por fuera de él. Los gobernantes y los gobernados, el poeta o el comerciante, el periodista o el político, los enamorados, todos se ven obligados a manifestarse allí dando la impresión de que la verdad y el poder de sus expresiones van implícitas en estos tweets o tuits que salen disparados con tan solo un simple clic. Esta herramienta virtual no es otra cosa que un cable conductor de energía verbal que no repara en fronteras y cuya inmediatez y gratuidad fascinan.

Pues, bien, esta breve introducción la hago con la expresa intención de referirme a uno solo de sus usuarios, conociendo esta vez con precisión qué instrumentos tecnológicos son ahora los suyos en su desaforada carrera política y en el desenvolvimiento de su pendenciera ideología de extrema derecha y sus jurásicos y ramplones estilo y pensamiento. En suma, a qué tanta alharaca del usuario de marras.

Cualquier lector medianamente enterado del discurrir de la vida política de los últimos años sabe con certeza que si hablamos de bronquista, delirante, arbitrario, mesiánico, o de los atajos, “le doy en la cara, marica” y del todo-vale y los huevitos y un largo etcétera de absurdos y exabruptos, añadiéndole a eso lo de “trinador” y twittero, no podemos estar nombrando sino muy específicamente a un colombiano: el expresidente Álvaro Uribe Vélez.

Y es que hoy en día el estatus VIP de la gente parece estar concentrándose en el uso y abuso de las páginas Twitter, las cuales, gracias a su facilismo e inmediatez, y a su enorme cubrimiento, otorgan una libertad casi absoluta para ejercer vanidades, aplastar malquerientes o lanzar calumnias y crear alarmas. No pocos egocentrismos faranduleros, intelectuales o politiqueros han venido paulatinamente inscribiéndose en su libertino Club, en donde el exiguo esfuerzo verbal o reflexivo y la comodidad que ofrece la ventajosa distancia física frente al objeto de cualquier vilipendio o, incluso también, y por timidez, de una que otra galantería o adulación, hace las delicias de los Twitteros.

Pero el fenómeno Uribe, tan repicado y publicitado por los medios en un desconcertante afán por reproducir literalmente todos y cada uno de sus trinos, ciertamente se pasó de la raya. Su frenético twitteo tiende no sólo a afectar el equilibrio mental suyo, sino a enloquecer a todo un país que, si con el presidente Santos a la cabeza, le sigue leyendo y controvirtiendo, terminará tan idiotizado y extraviado como jamás lo hubiésemos imaginado.

Porque es el eco, producto de los altoparlantes instalados en tertuliaderos, periódicos, la Tv y la radio, el que ha hecho que un expresidente presumiblemente en tránsito hacia el más riguroso juicio por parte de la justicia -la colombiana, o en su defecto, la internacional-, o al ese sí irremediable e implacable de la Historia, se haya autoproclamado de repente desde su exasperante trinar en el remozado mesías, luz en las tinieblas, conciencia de la patria, salvador y redentor de un país, y todo ello, quién lo creyera, porque en algún momento vislumbró que ajustándose su traje de twittero de tal manera que no le quedara tan holgado como aquel famoso frac que le luciera a los reyes de España, podría seguir haciendo de las suyas mientras retornaba al poder tras haber hecho trisas con sus trinos a ese, “su traidor”, el que él mismo instaurara para luego traicionar.

Para esta Colombia de ahora los trinos de Uribe son tan desestabilizadores y contrarios a la razón y al juicio, y tan peligrosos, como lo son, en otra dimensión, desde luego, las Bacrim, el narcotráfico… o cualquiera de las 7 plagas de Egipto.

Ya está bueno de tanta atención al energúmeno twittero del Ubérrimo.

Publicado por la Revista Semana, viernes 18 de mayo de 2012.
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lunes, 14 de mayo de 2012

Las razones de la dignidad: Orhan Pamuk

El 24 de abril de 2012, el emblemático escritor turco Orhan Pamuk aceptó asumir un tema bien delicado en su país: por qué nunca debe negociarse la libertad de expresión.
Orhan Pamuk
En marzo de 1985 Arthur Miller y Harold Pinter viajaron juntos a Estambul. En ese momento probablemente eran los dos nombres más importantes de la dramaturgia mundial, pero su viaje a Estambul por desgracia no fue a causa de una obra de teatro o de un suceso literario sino de los crueles recortes a la libertad de expresión que se estaban imponiendo en Turquía en ese momento y de la gran cantidad de escritores que languidecían en prisión. En 1980 hubo un golpe de Estado en Turquía: encarcelaron a cientos de miles pero, como siempre, los escritores fueron objeto de la persecución más encarnizada. A veces miro las publicaciones y los almanaques de aquella época para recordar cómo eran las cosas, y siempre acabo topándome con una imagen que para muchos de nosotros define la era: en un juzgado, un hombre de cabeza rapada y flanqueado por policías frunce el ceño mientras se juzga su caso. Muchos de esos hombres eran escritores, y Miller y Pinter habían venido a Estambul a reunirse con ellos y con sus familias, a ofrecerles ayuda, y a obligar al mundo a ver su predicamento. El Pen Club y el Comité de Helsinki organizaron su viaje. Yo fui al aeropuerto a recibirlos porque junto con un amigo seríamos sus guías.

Me habían ofrecido este trabajo no porque tuviese nada que ver con la política sino porque hablaba inglés de corrido, y había aceptado feliz no sólo porque era una forma de ayudar a colegas amigos en problemas sino porque significaba pasar unos días en compañía de dos grandes escritores. Visitamos juntos pequeñas editoriales empeñadas en sobrevivir, salas de redacción atestadas, y las oscuras y polvorientas oficinas de revistas modestas constantemente a punto de cerrar; fuimos de casa en casa y de restaurante en restaurante y hablamos con escritores en problemas y con sus familias. Hasta ese momento yo había permanecido al margen del mundo político, negándome a participar excepto bajo coerción, pero la culpa que me generaban las sofocantes historias de represión, crueldad y maldad pura me empezó a atraer a ese mundo, y también el sentimiento de solidaridad —aunque al mismo tiempo me invadía el deseo opuesto de protegerme de todo eso, de no escribir más que novelas hermosas el resto de mi vida. Recuerdo que mientras llevábamos a Miller y a Pinter en taxi de una cita a otra, discutíamos sobre los vendedores callejeros, las carretas tiradas por caballos, las mujeres con velo y las mujeres sin velo, que siempre despiertan el interés de los observadores occidentales. Pero hay una imagen que recuerdo con nitidez: mi amigo y yo estamos susurrando agitadamente en un extremo de un larguísimo corredor en el Hilton de Estambul, y en el otro extremo Miller y Pinter hacen otro tanto con la misma intensidad sombría. Creo que la razón por la cual esta imagen quedó grabada en mi memoria es porque ilustra la distancia que separa nuestras complejas historias de las suyas, al tiempo que sugiere la consoladora posibilidad de la solidaridad entre escritores.

Esa misma sensación de orgullo mutuo y vergüenza compartida me acompañó durante todas las reuniones, en una habitación tras otra llenas de fumadores empedernidos e inquietos. Y lo sabía porque a veces la sensación se expresaba abiertamente y a veces la sentía en mí o la intuía en los gestos y expresiones de los otros. Los escritores, pensadores y periodistas con los que nos reunimos se consideraban en su gran mayoría izquierdistas, así que podría decirse que sus problemas estaban íntimamente relacionados con las libertades tan caras a las democracias liberales occidentales. Veinte años después, constato con evidente tristeza que la mitad de ellos —aproximadamente: no tengo datos precisos— defienden un nacionalismo reñido con la occidentalización y la democracia.

Mi experiencia como guía y otras experiencias similares en años posteriores me enseñaron algo que todos sabemos, pero que quisiera subrayar hoy, aprovechando esta oportunidad. La libertad de pensamiento y la libertad de expresión son derechos humanos universales, y deben serlo en todos los países. Estas libertades, que los hombres de hoy anhelan con tanta intensidad como el pan y el agua, jamás deberían coartarse por cuenta de los sentimientos nacionalistas, las sensibilidades morales o, lo que es peor, los intereses económicos o militares. Si en tantas naciones en los extramuros de Occidente la pobreza se padece con vergüenza, no es a causa de la libertad de expresión sino de su ausencia. En cuanto a aquellos que emigran de estos países pobres hacia el occidente o el norte, huyendo de las dificultades económicas y de la represión brutal, sabemos que en ocasiones deben seguir padeciendo maltrato, producto en este caso del racismo en los países ricos. Debemos estar alerta con aquellos que denigran de los inmigrantes y de las minorías por cuenta de su religión, sus raíces étnicas o la opresión a la que los gobiernos de los países que han abandonado someten a su propia gente. Pero el respeto a la humanidad y las creencias religiosas de las minorías no es una justificación para restringir la libertad de pensamiento. El respeto a los derechos de las minorías étnicas o religiosas jamás debería usarse como excusa para violar la libertad de expresión. Los escritores jamás debemos titubear en esto, sin importar cuán tentador sea el pretexto. Entre nosotros, algunos comprenden mejor a Occidente, otros sienten más afinidad con los que viven en Oriente, y otros, como yo, intentamos mantener el corazón dispuesto en uno y otro lado de esa frontera ligeramente artificial, pero nuestras afinidades naturales y nuestro deseo de comprender a quienes no son como nosotros no debe interferir en nuestro respeto por los derechos humanos.
Publicado por El Malpensante, de Bogot

sábado, 12 de mayo de 2012

Fotógrafo de guerra descansa en paz

NUEVA YORK, mayo 11 de 2012. (ANSA) - Horst Faas, legendario fotógrafo de guerra de la agencia Associated Press (AP), vencedor dos veces del premio Pulitzer, murió hoy a los 79 años de edad.

Durante 10 años fue responsable del sector foto de la AP en el sudeste asiático. Faas cubrió la guerra de Vietnam desde 1962 a 1974, cuando sacó fotos emblemáticas sobre el conflicto, como la ejecución de un joven vietnamina, de pie, en medio de una calle con un balazo en la sien.

Hoy la prensa rescató varias de esas imágenes que sacó en Vietnam, con su lente. Allí fue herido en 1967.

 A Vietnam dedicó Faas diez años de su vida, durante los que la arriesgó cada día, en primera línea, y también reclutando y adiestrando fotógrafos, conocidos como el "ejército de Horst".

 Fass, que había nacido en Alemania, venció en 1965 su primer premio Pulitzer, al que le siguió otro en 1972 por una serie de fotos sobre torturas y ejecuciones en Bangladesh. Come responsable del sector de fotografías de AP en el sudeste asiático, Horst seleccionó a algunos de los mayores talentos que había en Saigón en aquellos años. Entre ellos quien dio el anuncio de su muerte, Huynh Cong 'Nick' Ut, que tomó la célebre foto de la niña que huye desnuda en llamas mientras a sus espaldas se alza un gran hongo de humo tras los bombardeos con napalm.

 A la intuición de Faas se debe también el reclutamiento de Eddie Adams, autor de la imagen que retrató la ejecución sumaria a un survietnamita con un disparo, por un policía nordvietnamita en una calle de Saigón.

En aquél tiempo, Faas compartió vivienda por un período con el periodista David Helberstam del New York Times, quien lo recordó.

 "Jamás ví a nadie que estuviera por tanto tiempo (en Vietnam), que haya tomado tantos riesgos y que haya mostrado tanta devoción por su trabajo y sus colegas. Lo considero un genio", dijo.

Para el vicepresidente y director del departamento de fotografía de AP, Santiago Lyon, "Horst Faas era un gigante del fotoperiodismo mundial, cuyo extraordinario empeño en contar historias difíciles era único y excepcional". (Por Stefano de Paolis, ANSA)

He aquí algunas de sus fotografías más célebres, reproducidas por Yahoo en español:
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Tropas de Vietnam del Sur hacinadas en un transporte de EEUU. (1962). (Horst Faas/AP)
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Amanecer en la jungla. Los soldados estadounidenses y vietnamitas del sur esperaban una emboscada nocturna que no ocurrió (1965). (Horst Faas/AP) 
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Heridos tras la explosión en la embajada de los EE.UU. en Saigon (1965). (Horst Faas/AP) 
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Un camillero vietnamita se cubre el rostro por el hedor de los cadáveres tras un combate en una carretera (1965). (Horst Faas/AP) 
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 Un soldado estadounidense escolta una caravana de desplazados (1965). (Horst Faas/AP) 
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La ejecución de un prisionero del Vietcong por el jefe de policía de Saigon, tomada por Eddie Adams en 1968. Horst Haas, como editor jefe de fotografía de AP, defendió la publicación de esta foto para ilustrar los horrores de la guerra. (Horst Faas/AP) 
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Una mujer de Vietnam del sur llora sobre el cadáver de su marido (1969). (Horst Faas/AP) 
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Dos niños vietnamitas observan a un paracaidista estadounidense armado con un lanzagranadas (1966). (Horst Faas/AP) 
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Niños y mujeres se protegen del fuego cruzado con el Vietcong agazapándose en una zanja (1966). (Horst Faas/AP) 
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El propio Horst Faas, empotrado en una patrulla. (AP Photo) 
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 Horst Faas, cuando era recogido por un helicóptero en un terreno de marismas (1965). (AP Photo)
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 Asalto por aire y tierra contra el Vietcong (1965). (Horst Faas/AP) 
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El mismo Horst Faas, en Ca Mau, Vietnam. (AP Photo) 
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Un niño congolés sufriendo hambruna (1961). (Horst Faas/AP) 
En esta fotografía del 22 de septiembre de 1974, Muhammad Alí toca algunas notas en el piano mientras lo mira la cantante Etta James. Lupe de León, publicista de James, dijo que ella murió en el sur d
En esta fotografía del 22 de septiembre de 1974, Muhammad Alí toca algunas notas en el piano mientras lo mira la cantante Etta James. Lupe de León, publicista de James, dijo que ella murió en el sur de California el viernes 20 de enero de 2012. (Foto AP/Horst Faas) 
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Mohammed Alí entrenando para su combate contra George Foreman (1974 ). (Horst Faas/AP)
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Los presidentes egipcio Anwar Sadat (izquierda)  y estadounidense Richard Nixon se saludan frente a las pirámides de Giza (1974). (Horst Faas/AP)