viernes, 22 de mayo de 2009

Censura en "El Colombiano"

Sobre la salida de Javier Darío Restrepo
de ‘El Colombiano’
"Ayer (mayo 14 de 2009) en su columna semanal el periodista Javier Darío Restrepo anunció su salida del diario ‘El Colombiano’, de Medellín. Después de 17 años de escribir para ese medio de comunicación, la dirección le notificó la decisión argumentando que se trataba de una reorganización en las páginas de opinión. Para el periodista, esto se debe a que su ''visión de los hechos políticos'' no coincide con la del periódico.

La FLIP consultó a Restrepo, quien manifestó que desde hacía un tiempo venía haciendo críticas a la gestión del gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez y expresando su preocupación por la concentración de poder que implicaría una segunda reelección. Esta posición fue recogida en su penúltima columna, ‘Libertad de discrepar’: ''Hizo falta proclamar que discrepar de un gobierno no convierte a una persona en terrorista, ni en cómplice de las FARC, ni en enemigo del presidente o de sus fervientes seguidores'', afirmó haciendo alusión a las celebraciones del Día Mundial de la Libertad de Prensa.

En conversación con Radio Nacional de Colombia, Felipe Jaramillo, jefe de la página de Opinión de ‘El Colombiano’, afirmó que la salida de Javier Darío Restrepo se debió a un proceso normal de renovación de los columnistas de opinión que se viene dando desde hace tres años: ''Hace dos años cambiamos 27 columnistas; el año pasado, 21, y éste, doce''. Añadió que el periódico preserva todas las tendencias políticas, aun aquellas que están en desacuerdo con el gobierno.

Javier Darío Restrepo es autor de libros de periodismo y ética periodística; maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano; miembro de Medios para la Paz, y fundador e integrante del consejo directivo de la FLIP.
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La Fundación para la Libertad de Prensa reconoce y defiende la autonomía que tienen los medios de comunicación de seleccionar o despedir periodistas, columnistas o colaboradores, en los términos que lo contempla la ley. Este derecho está igualmente protegido por la libertad de expresión y el derecho a la información. No obstante, manifiesta su preocupación por el hecho de que estas decisiones puedan tener como propósito silenciar perspectivas críticas, diferentes o en contravía de la opinión mayoritaria. En la coyuntura actual de polarización y radicalismos, la democracia colombiana requiere más – y no menos – voces reflexivas como la del maestro Javier Darío Restrepo".

El nuevo Pallomari

Son demasiados "hechos aislados" como para creer que ocurrieron al azar. El capitán Lagos tiene claves para armar el rompecabezas.

Por DANIEL CORONEL, Revista Semana

La justicia colombiana y la comunidad internacional deben velar por la protección del ex jefe de Contrainteligencia del DAS, capitán Jorge Alberto Lagos, quien ha empezado a destapar el alcance de la guerra sucia adelantada desde esa entidad contra la Corte Suprema de Justicia, líderes de la oposición y periodistas.

Lagos y su familia son blancos obvios de quienes buscan ocultar el uso criminal y político que miembros del gobierno le han dado a las herramientas de inteligencia del Estado.Esta semana, Noticias RCN reveló que el capitán Lagos señaló ante la Fiscalía la identidad de algunos de los directos receptores de la información obtenida ilegalmente. Según su versión, él mismo le entregó reportes detallados de seguimientos al entonces consejero presidencial José Obdulio Gaviria; al secretario general de la Presidencia, Bernardo Moreno, y a otros dos asesores del Jefe de Estado.Unas horas antes de la revelación -en una impecable entrevista conducida por Vicky Dávila- la ex directora del DAS, María del Pilar Hurtado, admitió por primera vez que las investigaciones, sin orden judicial, a magistrados de la Corte Suprema nacieron de una inquietud del Presidente de la República.

Los eslabones inicial y final de la cadena están a la vista: los seguimientos ilegales surgieron de una preocupación del Presidente, y los informes -algunos de los cuales ignoraba la propia directora del DAS- fueron entregados a altos asesores del mandatario.Pero ahí no paran las coincidencias. Dentro del mismo plan, José Obdulio Gaviria filtró a medios de comunicación una fotografía en la que supuestamente aparecía el cuestionado empresario Ascencio Reyes en la posesión del fiscal Mario Iguarán. La conjura resultó deslucida porque el hombre que salía en la foto no era Reyes.

Las filtraciones eran parciales y sesgadas. Mientras trataban de poner en la picota a magistrados incómodos para el gobierno, soslayaban la información comprometedora de otros miembros de la rama judicial, considerados aliados incondicionales del Ejecutivo. Cuando todo esto se destape conoceremos, por ejemplo, las relaciones financieras entre Reyes y un tristemente célebre miembro del Consejo Superior de la Judicatura.Embriagados por el exceso de poder, altos funcionarios de la Presidencia se aliaron con la mafia para desprestigiar a la Corte Suprema de Justicia y a sus contradictores. Un resultado de esta asociación es la carta al Presidente de alias 'Tasmania' con la que el gobierno intentó desacreditar la investigación de la para-política.

'Tasmania' aclaró después que todo era un montaje contra el magistrado auxiliar Iván Velásquez. Detrás del plan estaban, según él, el abogado de alias el 'Tuso', el ex senador Mario Uribe y Santiago Uribe, el hermano del Presidente. La carta fue recogida por Martha Leal, alta funcionaria del DAS, por orden que Bernardo Moreno le diera a María del Pilar Hurtado.Otro tanto sucedió con las falsas retractaciones del hoy asesinado Francisco Villalba. La carta en la que retiraba señalamientos al Presidente por la masacre de El Aro resultó escrita por Chucho Sarria, el viudo de la 'Monita retrechera'. Mientras estuvo en la cárcel, Sarria tuvo contacto con el secretario jurídico de la Presidencia, Edmundo del Castillo, a través de una voluntaria llamada María Victoria Millán, compañera de grupo de oración del doctor Del Castillo. Y eso sin hablar de la reunión con 'Job', de la cual pronto se conocerán nuevos y reveladores antecedentes.Son demasiados "hechos aislados" como para creer que ocurrieron por azar. El capitán Lagos tiene claves para empezar a armar el rompecabezas.

P.D.: Después de 17 años desaparece de El Colombiano la columna de Javier Darío Restrepo. La vida y el trabajo de Javier Darío son el mejor ejemplo del buen periodismo. Sus opiniones, siempre lúcidas, han sido una guía constante en medio de las tinieblas del unanimismo.

Tomado de Revista Semana, mayo 21 de 2009.

viernes, 15 de mayo de 2009

El cuarto poder y sus malos precedentes


¿Qué leen los colombianos, espectadores y protagonistas de un país con el lastre histórico de una incorregible tradición de no lectura, fenómeno debido en gran medida al subdesarrollo ancestral, acentuado a su vez por factores como las deficiencias del modelo educativo y paradójicamente agravado por la misma revolución tecnológica, así como por la precariedad en los criterios y contenidos que en general ofrecen los medios de comunicación?

En el fragor de este convulso escenario cultural, social y político particularmente saturado de incógnitas y desafíos —según puede verse a la nación en su mayor encrucijada existencial— habrá que preguntarse entonces: ¿Qué tanto saben, qué esperan, que proyectan y qué piensan sobre sí mismos, sobre el país y sobre el devenir del mismo, y en particular las generaciones llamadas a protagonizarlo, a determinarlo y a conducirlo?

¿Hay una conciencia ética sobre hasta dónde son responsables los medios de comunicación —por algo reconocidos como el cuarto poder— del devenir histórico de un país? Por lo pronto, y aún sin tener que recurrir a los eruditos, ni consultar densos expedientes bibliográficos, ni siquiera a hacer un simple clic en la internet, sólo la experiencia y la Historia demuestran con creces cómo y cuánto el rol de los medios es una determinante histórica en la suerte de los pueblos.

El concepto sobre el cuarto poder fue acuñado por Edmund Burke (1729-1797), dando con ello una prueba casi profética de perspicacia política, ya que en su tiempo la prensa no había logrado —ni siquiera en Inglaterra— el extraordinario alcance que obtendría más tarde en todos los países libres.

Desde entonces, el cuarto poder designaba a la prensa, en alusión a la extraordinaria influencia que ésta ejercía en los años previos a la Revolución Francesa, concepto hoy aún mucho más fortalecido con el advenimiento de los todavía más poderosos medios de comunicación: la TV, el cable, la radio, internet, etc. De hecho, entre los agentes que mayormente influyen sobre la opinión son estos los más poderosos de todos, toda vez que dan o imponen su propio enfoque y criterio —errado o no — sobre la realidad y sobre el acontecer. Nada ni nadie como la prensa puede hacernos creer que es cierto, objetivo y correcto lo que informa.

Uno de los más protuberantes botones de muestra acerca de la perversa y nociva influencia que puede ejercer un medio de comunicación sobre el pensar, el sentir y el proceder colectivo se deriva de ciertos contenidos de opinión que ofrece la gran mayoría de ellos, entre los cuales —para efectos de darle alguna connotación al fenómeno— hemos escogido a uno de carácter impreso y sobre todo por su ascendencia y creciente circulación: el matutino gratuito ADN.

Tomado al azar el caso, he aquí cómo aquella gratuidad tiene su precio: Es flagrante el asunto de comunicadoras como Paola Villamarín, quien, a deducir por lo expuesto en sus columnas, no conoce rubor distinto del cosmético, según osa manifestar de modo tan descarnado y rampante buena parte de sus intimidades ante un público lector inerme, es decir, sin voz ni voto. Por cierto, una de las principales fortalezas —si no la mayor— de este joven rotativo se concentra en el enorme ingenio de Alejandro Rivas, el crucigramista, cuya propuesta, en cambio, sí constituye todo un reto a la imaginación y a la inteligencia, y de paso un loable aporte a la cultura a través del entretenimiento.

¿Qué especial interés a ras de opinión pública puede suscitar, por ejemplo, el hecho de que la columnista de Montería ande "buscando apartamento", como ha sido el tema central de una de sus recurrentes exposiciones personales? ¿Qué trascendencia —y de qué orden— pueden tener para el país pensante o trivial, las particulares veleidades que pueda afrontar o no la periodista en el contexto afectivo o familiar? Cosa bien distinta y pertinente son, verbi gratia, los avatares de la vida privada de los famosos, que son la esencia natural, el sentido y el objeto social y comercial del periodismo rosa. Ahora, ¿cuánta preponderancia hermenéutica, literaria, existencial, metafísica o cinematográfica puede resultar de su relato sobre la presencia de heces de pájaro en su domicilio, descubiertas cuando la columnista retornaba de vacaciones de tal o cuál lugar?

Incluso, muy al margen del periodismo, esta suerte de cosas eminentemente privadas que trascienden hacia el ámbito público implica enojosas situaciones en la vida cotidiana. Es el caso del común de los ciudadanos cuando residen en ciertos tipos de vivienda, lo cual suele conminarlos a tener que escuchar —patio, pared o techo de por medio— las bochornosas escenas del matrimonio vecino en conflicto, cuando no los gemidos y el crujir de los resortes del tálamo nupcial durante los tórridos reencuentros amorosos de la pareja en cuestión. De igual manera, ¿no es el estrépito que produce la descarga del sanitario ajeno una invasión al espacio propio? En el mismo sentido, ¿no es una imposición tener a la vista el tamaño, color y estado de la ropa interior colgada en la cuerda de un tan desidioso e implacable vecino?

Con fundadas razones, los dardos que por azar puedan estar cayendo hoy sobre el estilo de Paola Villamarín, mañana podrán llover sobre otra(o) exponente de esta expresión del periodismo. Esto ocurre cuando, para bien o para mal, se es una persona pública, y por lo tanto, cuando su imagen y su mensaje son, en consecuencia, del pleno dominio público.

Con el malhadado género de llevar a instancias públicas aquellos asuntos que deberían ser del fuero y de la absoluta reserva personal, la peor secuela y escuela no es sólo la irremediable banalización del periodismo, sino de una sociedad con uno de los más altos déficits de lectura en el planeta, y por lo tanto carente de los parámetros básicos de criterio y de juicio, indicadores de su propio subdesarrollo cultural, político y social. Es este, pues, un nefasto precedente en detrimento de las nuevas generaciones periodísticas, tan necesitadas de una verdadera capacitación, de una conciencia ética y mística, y hasta de una educación en modales y preceptos de estética, y además para que aprendan a diferenciar entre el buen y el mal gusto.

Por lo mismo, resulta imperativo cuestionar: ¿Qué rigor y credibilidad pueden derivarse de estas posturas y enfoques cuando la misma periodista tenga que asumir el manejo de un hecho en verdad relevante? ¿Con qué argumentos podrá enfrentar una circunstancia digna de poner a prueba su aptitud profesional? Porque, resulta evidente que la comunicadora —perteneciente a una especie bastante extendida en los medios— está moldeando su perfil como tal, y que a ese ritmo está inexorablemente encasillándose como ícono de lo superfluo, de lo banal, de lo vacuo, que es lo gratuito y lo común. Tanto para su caso como para el de muchos de sus colegas y compañeros de generación, no se requiere de mayor nivel de escolaridad y mucho menos aún de cinco años en la academia, con su respectivo postgrado. "Pasó por la universidad", suelen decir las señoras absortas ante casos como el presente, "pero la universidad no le entró".

Sin duda, el aspecto más sensible y más preocupante de la ausencia de sindéresis en los criterios y en los contenidos, con la consecuente la relajación desmesurada de las costumbres, por parte de un amplio sector de periodistas y de medios, está en irreversible efecto social que generan, cual es la cultura de la frivolización, de la superficialidad y de la desinformación a través de la promoción de los antivalores. "Dime qué lees y te diré quién eres", puede ser la nueva versión del viejo aforismo.

Mejor no puede sintetizar esta idea el aviso publicitario de "El Espectador" que encabeza esta entrada: "La fuerza de lo que dices a diario está en lo que lees a diario".

martes, 12 de mayo de 2009


Por qué NO a la reelección

El país se está deslizando gradualmente hacia una reforma constitucional que tendrá serias implicaciones institucionales: la segunda reelección del presidente Álvaro Uribe. En los próximos días, la Comisión de Conciliación del Senado y la Cámara llegará a un acuerdo sobre la modificación del texto original del referendo y con esto quedará el camino abierto para un tercer período del actual Presidente. Que esto sea casi un hecho cumplido nos obliga a analizar las consecuencias que tendrá esta medida.

La segunda reelección es mucho más grave que la primera. La anterior, a pesar de la controversia que suscitó, tenía cierta justificación política e institucional. Por un lado, se estaban obteniendo grandes avances en la guerra contra la subversión que ameritaban continuidad. Por otro, existía un consenso de que un período único de cuatro años era un plazo demasiado corto para culminar una obra de gobierno. Esta combinación de factores, jalonados por la popularidad de Álvaro Uribe, hizo posible que se rompiera el tabú que había existido en Colombia durante el siglo XX sobre los peligros de la reelección inmediata.

Una vez aprobada la reforma, Colombia quedó con un período presidencial de cuatro años con la posibilidad de una reelección para cuatro años adicionales. Esta fórmula, con sus virtudes y sus defectos, parece haber sido aceptada por el grueso de la opinión pública como un resultado de la evolución política del país, que lo deja a la par de algunas democracias anglosajonas.

La segunda reelección no tendrá ninguna de estas características. Las victorias militares contra la guerrilla se han venido consolidando y el gobierno de Álvaro Uribe no sólo llevó al conflicto armado a un punto de quiebre, sino que sentó las bases para que el proceso pueda llegar a una culminación en los próximos años. En contra de las visiones apocalípticas, varios de los aspirantes a reemplazar a Uribe tienen el talante y la capacidad para llevar a cabo esa misión. Y los que creen en fórmulas diferentes de ponerle un fin a la guerra se las presentarán al electorado para que sea este al que decida.

Así como había un consenso de que un gobierno de cuatro años era demasiado corto, también hay uno de que un período de 12 años es demasiado largo. El sistema de pesos y contrapesos para evitar arbitrariedades por parte de los mandatarios se constituyó en Colombia con base en un periodo presidencial de cuatro años. En el gobierno de la seguridad democrática esa estantería institucional se vino abajo y en la actualidad en el país sólo hay un poder: el ejecutivo. Un tercer gobierno consecutivo de Uribe sólo agravará el problema de la erosión que ha sufrido en estos siete años la separación de poderes, que es uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia.

Los argumentos que se esgrimen a favor de la segunda reelección del Presidente son básicamente tres. 1) Que su candidatura es indispensable para mantener la gobernabilidad política del país y culminar su obra, porque, de lo contrario, se le desalinean sus tropas. 2) Que un tercer período es necesario para evitar que sus enemigos lo lleven ante algún tribunal nacional o internacional de justicia por supuestas violaciones de los derechos humanos, como le sucedió a Fujimori, 3) Que quiere ganar el referendo no para lanzarse a la reelección, sino para demostrarles a sus enemigos que fue por voluntad propia, y no de ellos, que no presentó su nombre.

Los tres argumentos carecen de validez. El de la gobernabilidad porque precisamente la razón por la cual está prácticamente paralizada la agenda legislativa y hay una incertidumbre política en el país es por la obsesión con el tema de la reelección. Por otra parte, tampoco habría mucha gobernabilidad en un tercer período de Uribe, pues el número de callos que ha pisado y de peleas que ha casado harían que desde el 7 de agosto de 2010 el país estuviera intensamente polarizado.

El segundo argumento, el de evitar los tribunales de justicia, tampoco tiene mucho fundamento. Advirtiendo que los dos casos no son comparables, basta decir que casi todos los observadores políticos coinciden en que Fujimori no estaría en la cárcel en la actualidad si no hubiera buscado su segunda reelección. La imagen de autócrata y la concentración de poder que produjo ese tercer período fueron parte clave de los elementos que desembocaron en su caída. Además, si bien durante el gobierno de Álvaro Uribe han tenido lugar excesos y aberraciones en materia de derechos humanos, no se le pueden atribuir en forma directa al Presidente de la República.

El último argumento es el más absurdo. La teoría detrás de este es que el Presidente quiere ganar el referendo no para presentarse después a la reelección, sino como un acto de vanidad política. De ser verdad esto, sería una irresponsabilidad histórica haber paralizado el país durante dos años para concentrar todas las energías nacionales en un referendo cuyo único propósito sería el de sacarse un clavo con sus adversarios.

Descartados los anteriores argumentos, el único factor razonable para justificar el tercer período es la popularidad del Presidente. Esta es innegable y probablemente merecida. Pero en los países políticamente desarrollados no se reforman las Constituciones en materia electoral por los resultados de las encuestas, y menos aun cuando el beneficiario de la reforma es el presidente de turno. Álvaro Uribe probablemente tiene como justificación el hecho de que sus homólogos contemporáneos, como Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales, están reformando sus respectivas Constituciones para durar más de una década en el poder. Pero estos son experimentos caudillistas inspirados en supuestas revoluciones socialistas o bolivarianas que no son precisamente ejemplos a seguir. Distinto al ejemplo de Lula quien, a pesar de su popularidad, ha dicho que no quiere cambiar las reglas del juego para perpetuarse en el poder.

La clase dirigente colombiana siempre se ha preciado de su tradición democrática y de no haber transitado el camino del populismo ni del caudillismo que recorrió América Latina durante el siglo pasado. En el país hay un establecimiento que defiende con convicción sus instituciones. Este ha sido en su gran mayoría uribista y considera que la obra de gobierno de los últimos ocho años ha transformado el país. El presidente Uribe desvirtuó el axioma de que ni el Ejército podía derrotar militarmente a la guerrilla, ni la guerrilla al Ejército. Hoy existe la percepción general de que el Estado está ganando la guerra.

Ese establecimiento uribista reconoce la dimensión histórica de este logro, pero en su gran mayoría considera que un tercer período presidencial es inconveniente. Todos los intelectuales y prácticamente todos los líderes de opinión están en contra; muchos empresarios que antes eran furibistas, ahora son tibios; La Iglesia Católica, por su parte, se ha pronunciado negativamente; el gobierno de Obama ha expresado abiertamente sus reservas. Y esto para no mencionar la oposición de la esposa del Presidente y de sus hijos.

Lo anterior no significa que el Presidente no cuente con apoyo popular. El respaldo del pueblo le permitiría probablemente un triunfo, pero difícilmente ya en primera vuelta. Las encuestas de Invamer Gallup demuestran que la imagen del Presidente ha perdido 17 puntos desde la Operación Jaque. Otros sondeos indican que mayorías electorales que bordeaban el 60 por ciento ahora están por debajo del 50. Con la recesión y el aumento del desempleo que se prevé para el final de este año es probable que esta cifra pueda disminuir aun más.

No deja de sorprender que el Presidente se le mida a una segunda reelección en esas circunstancias Para comenzar, el referendo desde su inicio tiene problemas de legitimidad. Enfrentará obstáculos en la Comisión de Conciliación, en el Consejo Nacional Electoral, en la Corte Constitucional y en las urnas. A esto se suma una serie de pequeñeces promovidas por el gobierno que para sus críticos son trucos de la aplanadora oficial para asegurar la reelección. En esta categoría están el intento fallido de cambiar el Registrador; la modificación de los textos de los referendos y la estrategia de unirlos en una sola fecha para que la gente salga a votar. No está probado que la razón de esas iniciativas sea la reelección del Presidente, pero un halo de preocupante sospecha ronda sus verdaderas intenciones.

Hacer malabarismos para perpetuarse en el poder es algo ajeno al talante del país y al del propio Presidente. Llama la atención que una persona de la dignidad, la inteligencia y la envergadura política de Álvaro Uribe se embarque en peligrosas aventuras caudillistas de esa naturaleza. La mayor prueba de que el tercer período de Uribe sería una reforma estrictamente personalista es que no existe un solo jurista o dirigente político en el país que no tenga la absoluta seguridad de que tan pronto el actual Presidente se retire del poder después de 12 años, se presentaría una contrarreforma para corregir ese exabrupto constitucional.

El argumento del Presidente para prolongar su mandato es que se necesita garantizar la continuidad de sus políticas para culminar su obra. Esto puede ser verdad, pero este gobierno al fin y al cabo no llega a su fin la semana entrante, sino el 7 de agosto del año 2010. Eso significa que faltan casi 16 meses. En ese plazo se pueden hacer muchas cosas.

Es evidente que la obsesión del presidente Álvaro Uribe es sacar adelante el país y evitar lo que él considera una hecatombe. Pero está olvidando que lo que saca realmente adelante a las naciones no son ni el ímpetu ni la buena voluntad de sus líderes, sino la fortaleza de sus instituciones.

Revista Semana, mayo 11 de 2009 - La caricatura es de Vladdo en Semana.