miércoles, 29 de abril de 2009

El ataque a Álvarez Gardeazábal

La libertad de prensa, el derecho a investigar e informar sin cortapisas ni presiones oficiales de ningún tipo, cualquiera sea la verdad que el periodista descubre y decide divulgar, nuevamente se ve asediada por la intimidación de los violentos.

Lo ocurrido el jueves de la semana pasada (abril 23 de 2009) en el municipio de Tuluá, departamento del Valle del Cauca, con el escritor y comentarista radial Gustavo Álvarez Gardeazábal, no puede más que provocar repudio e indignación. Y dudas, dada la presencia, según se ha dicho coincidencial, de miembros del Ejército en inmediaciones de la casa de Álvarez Gardeazábal justo en el momento en que seis hombres y una mujer irrumpieron por la fuerza, amenazaron con secuestrarlo y hurtaron tres computadores.

Tan pronto se conoció, a través de una cámara de seguridad revelada por la Dijín de la Policía, sobre la presencia de la camioneta del Ejército, el presidente Álvaro Uribe exigió explicaciones e hizo énfasis en que su gobierno está comprometido con la seguridad y “con los valores democráticos, que son inseparables”. El jefe de Inteligencia del Ejército en el Valle del Cauca, capitán Leonel Suescún, aseguró que la institución castrense no tiene ninguna responsabilidad en los hechos y que el vehículo detectado cumplía con una labor humanitaria: trasladar a un discapacitado a la Notaría Tercera, ubicada a 80 metros de la vivienda asaltada. El encargado de la camioneta, el sargento Hersaín Castillo, señaló que estamos ante “un acto de buena fe”. Gardeazábal, en tono de preocupación y no sin razón, calificó de “ridículas” y “precarias” las explicaciones y en entrevista para El Radar de Caracol Televisión hizo énfasis en que Policía y Ejército se contradicen en sus versiones.

A la espera de que las investigaciones avancen y se aclare por qué hombres del Ejército ocupan su tiempo y equipos en darles auxilio a los civiles en materias completamente ajenas a su función de proveedores de la seguridad —si a eso vamos, sería más sensato que fuese la Policía, y no el Ejército, la que le ayudase al campesino y su familia— y de que se defina sin lugar a dudas si existe alguna conducta impropia de parte de las fuerzas del orden, el lamentable episodio sigue siendo un ejemplo de intolerancia hacia quienes tienen por profesión la denuncia.

El controvertido escritor de más de un clásico de la literatura de la violencia de los años cincuenta se ha caracterizado por hablar sin temores ni eufemismos. En el último tiempo, en su labor periodística como comentador del programa La Luciérnaga, de Caracol Radio, se ha destacado por la preparación de sus intervenciones, en las que en más de una ocasión ha hecho explícitas las aparentes diferencias entre la Policía y el Ejército en su departamento. Por eso el ataque tiene todos los visos de ser un intento de los violentos para acallarlo. Que, entre otras, se suma al asesinato del periodista José Everardo Aguilar en El Bordo, Cauca, según todo lo indica en represalia por sus denuncias de corrupción administrativa en su programa de la cadena Súper.

Hace bien el Gobierno Nacional en declarar que las autoridades competentes se encargarán de la situación, pero razón tiene Álvarez Gardeazábal en manifestar su preocupación ante el ofrecimiento presidencial de una custodia especial de la que no dispuso anteriormente, pese a que ejerció como alcalde de Tuluá y gobernador del Valle. Mientras persistan las dudas, será válido preguntarse: ¿Se le protege o se le vigila?

Editorial de "El Espectador" de Bogotá, abril 28 de 2009.

CPB: Aunque la mazorca se desgrane...

Bastante coloquial podrá parecer esta analogía gráfica con el Círculo de Periodistas de Bogotá en materia de socios que permanecen o se marchan del CPB. Por supuesto, los granos aún en la mazorca simbolizan la suma de socios necesarios en las asambleas al momento de tomar determinaciones conducentes mucho más que a la propia supervivencia: a la estabilidad y al verdadero auge del organismo periodístico con mayor tradición en el país.

Según mis fuentes —¡no soy socia, y por ahora me resigno a ver los toros desde la barrera!— fue gracias a las gestiones de la junta directiva, mediante una fuerte ofensiva de comunicaciones y recordatorios para convocar a sus socios a la Asamblea Extraordinaria de Socios el pasado 25 de abril, como se logró reunir el quórum para deliberar y para contrarrestar el fenómeno del ausentismo que venía frustrando las convocatorias anteriores. Así, con empeño, ¡claro que se puede!

Aparte de otras deserciones que han venido ocurriendo, saltan a la vista ausencias no explicadas de socios que en el pasado ejercieron un rol y asumieron un compromiso en la junta, tales como los periodistas Raúl Gutiérrez y Amílkar Hernández, por una parte, y como Jorge Sánchez, quien, por razones de carácter estatutario que lo inhabilitaban, había renunciado a la dirección ejecutiva del CPB semanas atrás. Entre muchos otros, caso similar corresponde a la socia Nora Parra, cuyo aporte pudiera ser significativo, pero que aparte de sus cuestionamientos a la tarea de la actual junta, nunca ha formulado iniciativa que amplíe las expectativas de los socios en la suerte de la agremiación. Es así como ninguno de los anteriores ni siquiera se hizo representar, lo cual, por supuesto, no da lugar a mayores comentarios.

En el mismo sentido, otro hecho digno de olvidar fue la infortunada reaparición —después de muchas asambleas frustradas por el flagelo del ausentismo— del socio Hugo Sierra, cuya intervención estuvo orientada a desconocer le legitimidad de la figura de la delegación que hacen aquellos colegas que no pueden asistir y que se hacen representar por quienes sí pueden hacerlo, lo cual está claramente consagrado en los estatutos.

El propio Sierra argumentó que sus reiteradas ausencias constituían "una manera de protestar" contra la junta en ejercicio, y que en consecuencia se abstendría de ejercer el derecho a votar. En una actitud que describe al pie de la letra su ningún espíritu gremial, pero también —y para decirlo sin eufemismos— su manifiesta falta de carácter, el citado socio abandonó el recinto. Y como lo evidente no requiere demostraciones, cuando fue llamado a votar, el informe de tesorería reveló cómo Sierra se halla en larga mora con el pago de las cuotas trimestrales.

Por suerte, la asamblea deliberó dentro del marco de la convivencia general, adelantó parte de la reforma estatutaria y consiguió elegir a quienes ocuparán los cargos vacantes. Tras comprometerse con la causa, son ellos Wilson Acero, Carlos Piñeros y Ricardo Peláez. Al mismo tiempo, por unanimidad fue elegido fiscal el socio Mike Forero Nougués.

Sobre todo en coyunturas como la actual, enseña la experiencia que la calidad debe prevalecer siempre sobre la cantidad. Porque a partir de unos pocos granos fértiles es posible que el CPB pueda recuperarse y seguir adelante en sus propósitos. ¡Aunque la mazorca siga desgranándose!

viernes, 3 de abril de 2009

De la etiqueta real a la simple urbanidad...

Como se sabe, océanos de tinta por parte de la prensa y revuelo entre los súbditos británicos provocó el abrazo del presidente norteamericano, Barack Obama, a la Reina Isabel II en el Palacio de Buckingham en la antesala de la Cumbre de Países del G-20, celebrada en Londres el 1º y 2 de abril. Por supuesto, la ingenuidad, la calidez o la espontaneidad del mandatario echaron por tierra el protocolo monárquico, en un país donde la tradición y la familia reales son parte del patrimonio nacional.

Desde luego sin llegar a semejantes niveles de ortodoxia, sí resulta evidente que con la modernidad se ha minimizado la importancia de los manuales de comportamiento social básico. Por ello, la motivación de estas líneas se origina en los dos sombreros alones que orondamente se exhibieron el sábado 28 de marzo en la asamblea del Círculo de Periodistas de Bogotá. En verdad, no se trata de tener a la más antigua agremiación periodìstica del país como tema recurrente de este blog. ¡Ni más faltaba! Simplemente, se me dio la oportunidad. ¡Y aquí estoy para comentarla!

No obstante la evolución de las costumbres, y al menos en Occidente, los códigos de urbanidad y de elemental cortesía consagran que el sombrero en las cabezas masculinas deberá retirarse al ingreso a un recinto, aún así no se trate de un evento de campanillas, donde prevalezcan el protocolo y la gran etiqueta. Y así, por mucho que el imperio de la informalidad haya exendido sus tentáculos, de todas maneras la observancia de este precepto es señal de consideración y respeto hacia los demás.

Con ese mismo respeto que merecen sus protagonistas, es preciso señalar que dos de los socios, además veteranos, acudieron a la cita sin haber tenido en cuenta la norma social de descubrirse la cabeza en este tipo de ocasiones. ¡Como si nada! Por cierto, uno de ellos —lo cual, sin duda, pertenece al fuero eminentemente personal— se apareció ataviado con la pinta de Juan Valdez. En verdad, aquí no se trataba de un encuentro de caballistas, ni de un Consejo Comunitario de la Presidencia, ni tampoco de una frijolada en la Casa de Nariño, sino de la Asamblea del Círculo de Periodistas de Bogotá.

A riesgo de ir al patíbulo por cargos de cotillera o de frívola, y aunque parezcan sutilezas, creo que aquí no solamente los sombreros puestos dejan mucho que desear. Es así como también se ha visto a algunos socios —¡sí, por suerte sólo algunos!— asistir a las asambleas en una informalidad rayana con la moda imperante en una caminata del profesor Gustavo Moncayo, y que comienza con los zapatos tenis y generalmente se completa con sudadera y gorra.

Según mis fuentes, apenas un botón de muestra de lo anterior está en que a finales del año pasado uno de los socios del CPB concurrió no sólo en flamante sudadera Adidas "made in Malaysia", sino exhibiendo su par de raquetas al hombro. Quizá, a su modo, fue esta la ocasión única y feliz para que sus colegas intuyeran que aquel caballero juega tenis en Colsubsidio. Al menos en rigor de la asamblea, aquí cabe preguntar: ¿Y acaso no podía dejar aquellos implementos en su 4x4 ranchera? En fin, el estilo es el hombre. O como dijo Alberto Casas: "!Caray!, qué pisco ese tan frondio. ¡Ojalá no le dé la chiripiorca por practicar el motocross!".

A proposito de aquel atuendo, y después de ver desfilar a los atletas colombianos en cada ceremonia olímpica —donde las naciones se esmeran por vestir sus mejores galas— despechado el periodista, escritor e investigador Germán Castro Caycedo ha llegado a la triste conclusión sobre cómo la sudadera es en verdad el auténtico traje nacional, el que identifica al país.

Por si las dudas, un reciente comentario del diario ABC de Madrid lo confirma cuando dice: "Una sudadera en el Aeropuerto de Barajas es indefectiblemente colombiana, lo cual constituye un efectivo referente para la policía española cuando se trata de operativos para pescar indocumentados o para combatir el delito"

De vuelta al caso de la última asamblea del CPB, según mis fuentes, hubo algo todavía mucho más aburrido que los sombreros insolentes, cual fue la consigna —y ésta sí bien desobligante— de "¡estúpida!", que una socia de cuyo nombre no quiero acordarme, bastante mayor y además bastante intensa, profirió sin motivo explicable contra la Presidenta del Círculo, lo cual no riñe con la etiqueta sino con la convivencia y con los buenos modales y maneras.

Por lo pronto, he encontrado interesantes y hasta entretenidas algunas consideraciones de la vieja, empolvada y no menos controvertida Urbanidad de Carreño, que en la era de la tecnología puede leerse en Internet, no obstante haber perdido vigencia para legislar sobre fenómenos sociales modernos tan arraigados como la sudadera, el celular, las 4x4, la lobería y la chicanería.

Tomadas de la web, las líneas que siguen se refieren a ciertas conductas que antes sonrojaban, y que hoy son comunes, paradójicamamente cuando proliferan las asesorías de imagen y las escuelas de glamour, etiqueta y modelaje:

La Urbanidad de Carreño (I)

Hoy en día, cuando se pautan inéditas normas de urbanidad —urbs, urbe— o reglas para la convivencia en la ciudad, que cambian y se adecuan a la velocidad con que vivimos, el "Manual de Urbanidad y buenas maneras" de Manuel Antonio Carreño quizá sea para muchos un libro pasado de moda, una reliquia de la antigüedad.

Como en los tiempos modernos la comunicación electrónica han ido forjando sus patrones de interacción, es así como en Internet existe lo que se denomina nettiqueta, una guía que esboza la manera de proceder en la red en donde, por ejemplo, escribir todo en mayúsculas se traduce como un "gritar" al interlocutor.

Hay además comportamientos no reglamentados, pero que la lógica del trato social actual señalan, como el mantener apagado el celular durante una conferencia o un concierto.

¿Estará ciertamente esta obra tan "pasada de moda" como algunos opinan? Juzgue el lector. Hábitos que son de mal gusto:

—Chuparse o morderse un mechón de pelo.
—Morderse las uñas o cutículas.
—Sentarse, especialmente las damas, con las piernas separadas, cruzadas o torcidas, " de una manera poco convencional".
—Masticar chicle mientras habla o con la boca abierta.
—Fumar en la calle o hacerlo sin haber pedido permiso a los presentes, especialmente a sabiendas de que el olor a cigarro puede ofender o incomodar a alguien.
—Tener un cigarrillo en los labios mientras habla.
—Hacer que los demás se sientan culpables o incómodos mientras comen algún delicioso postre solamente porque usted debe abstenerse debido a alguna dieta.
—Rascarse o pellizcarse la cara.
—Cometer la indiscreción de hacerle alguna pregunta íntima a alguien en voz alta: "¿Es eso una peluca?".
—Aplicarse maquillaje o peinarse en la mesa de comer.
—Usar rulos en el cabello en público.
—Llevar esmalte de uñas descascarado, uñas partidas o maltratadas o, peor aún, sucias.
—Una línea demasiado dramática y notable que delimite claramente dónde termina el maquillaje y dónde comienza el color natural de la piel.
—Hablar demasiado o en detalle de excentricidades personales: operaciones, enfermedades, neurosis, alergias, accidentes, etc.
—Comer ruidosamente, haciendo gestos exagerados.
—Introducir pedazos de comida demasiado grandes a la boca.
—Entrar a un recinto los caballeros, y... ¡no quitarse el sombrero!