viernes, 22 de junio de 2012

La patrona del mal

Antonio Caballero
'Televisión educativa', titula el caricaturista Matador, en El Tiempo, un chiste que ilustra la serie de televisión sobre Pablo Escobar, El patrón del mal, presentada por el Canal Caracol todas las noches. El dibujo muestra a un niño disfrazado con peluca y bigotes y pistola que le dice a su padre estupefacto: "Soy Pablo Escobar". Y lo terrible es que el chiste de Matador va en serio: muchos millares de niños (y niñas) de Colombia quieren ser, cuando grandes, como el Pablo Escobar que pinta la serie: un héroe fuerte y valeroso, inteligente y astuto, rico y poderoso, digno de admiración y emulación hasta en sus crímenes y en sus trampas, o justamente por ellos.

No es de extrañar que la serie tenga el rating más alto de la historia de la televisión colombiana, a pesar de que compite, desde la semificción, con sustanciosos crímenes de verdad-verdad: la traición de que se acusa a Sigifredo en el Valle, el presunto asesinato del caño de la 93, el empalamiento del Parque Nacional, sin contar asaltos guerrilleros, ejecuciones sumarias, bombardeos, falsos positivos, secuestros. Nuestra televisión es una mina de sangre.

El estreno de la serie fue anunciado por una campaña publicitaria sin precedentes y presentado en una ceremonia a la cual acudió lo más granado de la sociedad -políticos, empresarios, ministros, periodistas, millonarios, artistas, damas de sociedad- encabezado por varios de los hijos de las víctimas del bandido difunto. Y tan arriba va el rating, o sea, el número de espectadores que siguen la serie día a día (entre los cuales me incluyo), que habiendo sido prevista para 60 capítulos de una hora Caracol ha decidido transmitirla más bien en 120 de media hora, para que en la otra media quepa la avalancha de anuncios publicitarios de empresas de toda índole que quieren aprovechar la popularidad del capo mafioso: farmacéuticas, cementeras, bancos, grandes tiendas, telefónicas, cines, empresas públicas distritales. Y el gobierno nacional, que es de todos modos el principal puntal publicitario de todos los medios audiovisuales o escritos. Al gobierno no le tiembla la mano para poner a remolque del más despiadado asesino de nuestra historia a los niños (y las niñas) que piden amor y cuidados y a las señoritas que fingen atrapar en el aire la urna de la transparencia. Es impresionante.

La serie lo merece, sin duda, pues es una magnífica producción televisiva. El guion, los libretos, la ambientación, la dirección, la actuación de todos los participantes. Los mejores son los más malos: Escobar, su mamá. Y el espléndido conjunto es, en suma, un canto a la mayor gloria póstuma de un bandido.

Sin embargo los productores de la serie y padres de la idea, Juana Uribe y Camilo Cano, habían dicho que su propósito era contar la historia desde el lado de las víctimas. Y ellos mismos lo son: sobrina la una de Luis Carlos Galán, e hijo el otro de Guillermo Cano, asesinados ambos por orden de Escobar. Pero por muy víctimas que hayan sido, su producción televisiva es, repito, un canto al triunfo de un criminal, que es ya, por otra parte, un personaje casi mitológico, venerado como un santo en las comunas y los barrios populares de Medellín, desde donde se hacen peregrinaciones para orar y poner flores en su tumba. La cual es también escala habitual en los circuitos para extranjeros que organizan las agencias de turismo, pues no en balde se trata del colombiano más famoso en el mundo: más que Rafael Puyana y que Radamel Falcao y que César Rincón y que Fernando Botero, y solo comparable a Gabriel García Márquez -quien, por cierto, le dedicó a una de sus fechorías un libro entero: Noticia de un secuestro-.

Y es que Pablo Escobar, como se ha dicho de Adolf Hitler, ganó su guerra después de muerto.

La ganó porque la Colombia corrompida y criminal de la que fue pionero, adoradora del dinero rápido a cualquier precio y olvidada de toda moral y todo escrúpulo, es la que se está imponiendo. Escobar murió a tiros (como sus víctimas). Pero tras su muerte el narcotráfico terminó por penetrar e inficionar todo: el campo y la ciudad, la guerrilla y el Estado, la banca, la política: ya no es Pablo Escobar el único narcoparlamentario. La televisión: lo estamos viendo. La lengua: media Colombia habla hoy la lengua de la mafia, mitad de sicario paisa, mitad de traqueto valluno: "¡Hágale!", "¡Sí o sí?". Y el ejemplo va calando, en la llamada 'colombianización' -o sea, escobarización- de México, de América Central, de la Argentina, del pacífico Uruguay, del Brasil. Porque a todo esto, y pese a la idolización del difunto Pablo Escobar, no hay que olvidar que él no fue sino una encarnación pasajera del mal: no el patrón. La patrona es la droga. O, más exactamente, la prohibición de la droga, que la convierte en un valiosísimo producto de primerísima necesidad: en un exquisito bocado de criminal, en el sentido en que se habla de un 'bocado de cardenal'.

No me cansaré de repetirlo.

Publicado por Semana.com

martes, 5 de junio de 2012

40 años de una foto histórica de Vietnam

Niños llorando, entre ellos Kim Phuc, de nueve años, al centro gritando ¡Quema! ¡Quema!, huyen del ataque aéreo con napalm contra una zona donde supuestamente había integrantes del Viet Cong, el 8 de junio de 1972. La foto, que retrató los horrores de la guerra en Vietnam y fue tomada por el fotógrafo de The Associated Press, Nick Ut, cumplió 40 años. (Foto AP/Nick Ut)
Niños llorando, entre ellos Kim Phuc, de nueve años, al centro gritando "¡Quema! ¡Quema!", huyen del ataque aéreo con napalm contra una zona donde al parecer había integrantes del Viet Cong, el 8 de junio de 1972. La foto, que retrató los horrores de la guerra en Vietnam y fue tomada por el fotógrafo de The Associated Press, Nick Ut, cumplió 40 años. Foto AP/Nick Ut) 

TRANG BANG, Vietnam, junio 5 de 2012.  (AP) — En la foto, la niña siempre tendrá 9 años y gritará "¡quema!, ¡quema!" mientras huye de su aldea vietnamita en llamas.

Siempre estará desnuda, víctimas del pegajoso napalm que le quemó la ropa y la piel. Siempre será una víctima sin nombre.

Al fotógrafo vietnamita Huynh Cong "Nick" Ut, de The Associated Press, sólo le tomó un segundo tomar la icónica foto en blanco y negro de Phan Thi Kim Phuc hace 40 años. Con ella transmitió los horrores de la guerra en Vietnam mejor que cualquier texto, ayudando a poner fin a una de las guerras más controversiales en la historia estadounidense.

Pero detrás de esa foto hay una historia menos conocida. Es la historia de una niñita malherida unida por el destino con un joven fotógrafo. Un momento capturado en el caos de una guerra que sería su salvación y camino a una aventura de vida.

"Siempre he querido huir de ese recuerdo", dijo Kim Phuc, ahora de 49 años. "Pero parece que la foto no me deja ir".
Phan Thi Kim Phuc y el fotógrafo de The Associated Press, Nick Ut, reunidos en California el sábado 2 de junio de 2012. Kim Phuc es la niña que Nick Ut retrató el 8 de junio de 1972 huyendo de un ataque con napalm. La famosa foto en blanco y negro, que retrató los horrores de la guerra en Vietnam, cumplió 40 años. (Foto AP/Jae C. Hong)
Phan Thi Kim Phuc y el fotógrafo de The Associated Press, Nick Ut, reunidos en California el sábado 2 de junio de 2012. Kim Phuc es la niña que Nick Ut retrató el 8 de junio de 1972 huyendo de un ataque con napalm. La famosa foto en blanco y negro, que retrató los horrores de la guerra en Vietnam, cumplió 40 años. Foto AP/Jae C. Hong

Era el 8 de junio de 1972 cuando Phuc escuchó el grito de un soldado: "¡Tenemos que desalojar este lugar! ¡Bombardearán aquí y estaremos muertos!".

Segundos después vio las estelas de las bombas, amarillas y púrpuras, sobrevolando el templo Cao Dai donde su familia estaba refugiada desde hace tres días, mientras las fuerzas vietnamitas del norte y sur peleaban por el control de la villa.

La pequeña niña escuchó un estruendo encima y volteó hacia arriba. Mientras el Skyraider survietnamita planeaba cada vez más bajo, dejó caer recipientes como huevos.

"¡Ba-boom! ¡Ba-boom!"

El suelo se estremeció y un calor infernal sofocó la zona mientras un estallido escupió llamas anaranjadas en todas direcciones.

Las llamas alcanzaron el brazo izquierdo de Phuc. Su ropa de algodón se derritió al contacto. Los árboles se convirtieron en ardientes antorchas. Sentía dolor agudo en su piel y músculos.

"Seré fea y ya no seré normal", pensó mientras rozaba furiosamente con su mano derecha su brazo quemado. "La gente me verá de forma diferente".

Impactada, salió corriendo por la Autopista 1 detrás de su hermano mayor. No vio a los periodistas extranjeros que estaban en la dirección hacia donde ella huía, gritando.

Entonces perdió el conocimiento.
Phan Thi Kim Phuc abraza a su hijo Thomas, de tres años, en su casa en Toronto, en mayo de 1997. Kim Phuc es la niña que fue retratada el 8 de junio de 1972 huyendo de un ataque con napalm. La famosa foto en blanco y negro, que retrató los horrores de la guerra en Vietnam y fue tomada por el fotógrafo de The Associated Press, Nick Ut, cumplió 40 años. (Foto AP/Nick Ut)
Phan Thi Kim Phuc abraza a su hijo Thomas, de tres años, en su casa en Toronto, en mayo de 1997. Kim Phuc es la niña que fue retratada el 8 de junio de 1972 huyendo de un ataque con napalm. La famosa foto en blanco y negro, que retrató los horrores de la guerra en Vietnam y fue tomada por el fotógrafo de The Associated Press, Nick Ut, cumplió 40 años. Foto AP/Nick Ut

Ut, el fotógrafo vietnamita de 21 años que tomó la foto, llevó a Phuc a un pequeño hospital. Ahí le dijeron que no había nada que hacer. Pero mostró su insignia de prensa estadounidense y pidió que los médicos la atendieran y le aseguraran que no la iban a olvidar.

"Lloré cuando la vi corriendo", dijo Ut, cuyo hermano mayor murió durante una asignación de la AP en el delta del río Mekong. "Si no la ayudaba, si algo le pasaba y moría, creo que me hubiera suicidado".

Al regresar a la oficina en Saigón, reveló su rollo. Cuando salió la imagen de una pequeña niña desnuda, todos temieron que fuera rechazada por la estricta política de la agencia contra la desnudez.
Pero el veterano editor de fotos en Vietnam, Horst Faas, la vio y supo que era una foto extraordinaria. Argumentó el valor fotográfico de la imagen más allá de otras consideraciones y ganó.

Un par de días después que la imagen impactara al mundo, otro periodista encontró que la pequeña niña de algún modo había sobrevivido al ataque. Christopher Wain, corresponsal de la televisora británica British Independent Television Network, quien le dio a Phuc agua de su cantimplora y le roció la espalda que se le quemaba, luchó para que la transfirieran a la unidad Barsky, operada por estadounidenses. Era la única instalación en Saigón equipada para atenderle sus severas lesiones.

"No tenía idea de dónde estaba o qué me había ocurrido", recuerda Phuc. "Desperté y estaba en el hospital con mucho dolor y las enfermeras estaban a mi alrededor. Desperté con un terrible temor".
Una tercera parte del pequeño cuerpo de Phuc recibió quemaduras de tercer grado, aunque su cara de alguna forma quedó intacta. Con el tiempo la piel quemada comenzó a sanar.

"Todos los días a las 8 de la mañana, las enfermeras me ponían en la tina de quemados para retirar toda mi piel muerta", dijo. "Yo sólo lloraba y cuando no soportaba más, me desmayaba".

Después de múltiples injertos de piel y cirugías, Phuc finalmente fue dada da alta, 13 meses después del bombardeo. Ella ha visto la foto de Ut, que para entonces le hizo ganar el premio Pulitzer, pero ella todavía desconocía el alcance y poder de esa imagen.

Phuc sólo quería irse a casa y ser una niña otra vez.

Durante un tiempo, la vida regresó a la normalidad en cierto modo. La foto fue famosa, pero Phuc fue relativamente una desconocida, salvo para quienes vivían en su pequeña aldea cerca de la frontera camboyana. Ut y otros periodistas le hacían visitas ocasionales que cesaron después del 30 de abril de 1975, cuando las fuerzas comunistas del norte tomaron el control de Vietnam del Sur, lo que puso fin a la guerra.

La vida bajo el nuevo régimen fue dura. El tratamiento médico y los analgésicos eran caros y resultaban difíciles de encontrar para la adolescente, que seguía sufriendo jaquecas y dolores intensos.

La joven trabajó intensamente y logró ingresar a la escuela de medicina para buscar su sueño de ser doctora. Pero todo terminó una vez que los líderes comunistas se percataron del valor propagandístico de la "niña del napalm" que aparecía en la foto.

Se vio obligada a dejar la escuela y a volver a su provincia de origen, donde se le hacía participar en encuentros con periodistas extranjeros. Las visitas eran vigiladas y controladas. Se le indicaba qué debía declarar.

Sonreía e interpretaba su papel, pero el descontento comenzaba a consumirla. "Quería escapar de esa imagen", dijo. "Fui quemada por el napalm; fui una víctima de la guerra... pero crecí y me volví otro tipo de víctima".

Se refugió en el Cao Dai, la religión de Vietnam, en busca de respuestas que no llegaron.
"Mi corazón era exactamente como una taza de café negro", dijo. "Deseaba haber muerto en aquel ataque con mi primo, con mis soldados de Vietnam del Sur. Deseaba haber muerto en aquel tiempo para no sufrir así más... era muy difícil para mí soportar toda esa carga con aquel odio, ira y amargura".

Un día, al visitar una biblioteca, Phuc encontró una Biblia. Por vez primera comenzó a creer que había un plan para su vida.

De pronto, una vez más, la foto que le había dado aquella fama indeseable, le abrió una oportunidad.
En 1982 viajó a Alemania Occidental para recibir atención médica con ayuda de un periodista extranjero. Luego, el primer ministro de Vietnam, conmovido por su historia, hizo los arreglos para que estudiara en Cuba.

Estuvo al fin libre del escrutinio público, pero su vida distaba mucho de ser normal. Ut, que trabajaba entonces en la AP en Los Angeles, viajó para reunirse con ella en 1989, y encontró que no se le dejaba sola un solo momento. No hubo forma de que él supiera que ella quería de nuevo su ayuda, desesperadamente.

"Sabía en mis sueños que un día el tío Ut me ayudaría a tener libertad", dijo Phuc, quien se refirió a él usando ese término familiar, en una muestra común de afecto de los vietnamitas. "Pero estaba en Cuba, estaba realmente decepcionada porque no podía tener contacto con él. No podía hacer nada".

Cuando estaba en la escuela, Phuc conoció a un joven vietnamita. Creyó que nadie la querría nunca, debido a las cicatrices que le cubrían la espalda y un brazo. Pero Bui Huy toan pareció amarla aún más por esa causa.

Ambos decidieron casarse en 1992 e irse de luna de miel a Moscú. En el vuelo de regreso a Cuba, los recién casados desertaron durante una escala en Canadá para cargar combustible. La mujer vietnamita se sintió libre.

Phuc habló con Ut para darle la noticia, y él la alentó a contar su historia al mundo. Pero Phuc estaba harta de dar entrevistas y de posar para fotografías.

"Tengo un marido y una nueva vida, y quiero ser normal, como todos los demás", dijo. A la postre, la prensa encontró a Phuc, viviendo en Toronto. La mujer decidió que debía tomar el control de su propia historia. En 1999 se publicó un libro y se lanzó un documental, tal como ella quería que se hicieran. Se le pidió ser embajadora de la Buena Voluntad de ONU para ayudar a las víctimas de la guerra. Desde entonces, se ha reunido con Ut muchas veces para contar su historia. Incluso viajaron a Londres para conocer a la reina.

"Hoy estoy feliz de haber ayudado a Kim", dijo Ut, que sigue trabajando para la AP y que volvió recientemente a la aldea de Trang Bang. "La llamo mi hija".

Después de cuatro décadas, Phuc, que tiene ahora cuatro hijos, puede finalmente mirar la foto en que corre desnuda, y entiende por qué sigue siendo tan poderosa. La salvó, la puso a prueba y finalmente la liberó.

"La mayoría de la gente conoce mi foto pero hay muy pocas que conocen mi vida", opinó. "Estoy muy agradecida de... poder aceptar esta imagen como un regalo poderoso. Es mi elección. Así puedo trabajar con esto por la paz".

EN FOTOS: La niña, 40 años después de la tragedia
En la internet: http://www.kimfoundation.com
Margie Mason está en Twitter como http://www.twitter.com/margiemasonap