domingo, 26 de mayo de 2019

¿Puede desaparecer el CPB?



S
alvo porque cuenta con determinados activos materiales —que hacen imperativa la preocupación de sus socios por cuidarlos y preservarlos con la suficiente diligencia—  aquella entidad de naturaleza gremial que llegó a ser la más importante del periodismo en Colombia —el CPB— es hoy apenas un fantasma otoñal. 


A despecho de su pasado de prestigio, la actual constituye una organización cada vez menos visible en esta, tan difícil coyuntura de la vida nacional. El hoy de la institución insinúa una especie de narcolepsia en su responsabilidad directiva, de consecuencias tan previsibles como pudieran ser las relacionadas con su desaparición, más temprano que tarde.



Aparte de ocasionales mensajes de correo electrónico que envía a sus agremiados, ¿cuándo se escucha su voz, dónde están sus acciones y su liderazgo frente al bien complejo escenario de medios y de periodistas intimidados, y cuando no, víctimas fatales en el cumplimiento de su deber? En resultados de gestión, ¿dónde queda el rol del CPB como defensor de los legítimos intereses de los periodistas, tantas veces atropellados laboralmente?




Pionero y referente de la causa por la libertad de información y por la defensa del ejercicio periodístico en épocas verdaderamente significativas para el país y para la profesión, sin duda el Círculo de Periodistas de Bogotá discurre hoy en sus horas de mayor incertidumbre. 


¿Hacia dónde va el Círculo de Periodistas, si no a su extinción, cuando es manifiesta la falta de sentido de pertenencia de un determinante número de asociados, así como de falta de solidaridad de cuerpo, de compromiso, de mística y de propósito de servir, en particular de quienes se hacen elegir para la misión de conducir los destinos de la entidad? 




Con las excepciones a la regla, ¿por qué la proclividad histórica de sus dirigentes para llegar al gobierno del CPB aduciendo una supuesta vocación de servicio, que no solo no se cumple, sino que suele terminar en profundos desencuentros entre sí, causantes de irreparables daños no solo a la imagen de la entidad, tan meritoriamente ganada durante décadas, sino también a su viabilidad como institución?



¿De veras está el Círculo condenado a una existencia no solo de carencias y vicisitudes —incluidas las muy sensibles de orden económico— y las cuales saltan a la vista en los informes de asamblea, sino a la de falta de visión de sus dirigentes y de la apatía de muchos de sus socios, cuando, hoy más que nunca, apremia la necesidad de devolverle al CPB su dignidad, lustre y preponderancia?  




Como quien dice, en el CPB, de modo inexorable, con las glorias han devenido las vanaglorias, y con ellas, las tristezas y las preocupaciones por la suerte de esta respetable institución, fundada con grandeza de espíritu en 1946.


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