Milagros Socorro
Acaba de aparecer un libro
fundamental. Se trata de “La cultura bajo acoso”, de María Elena
Ramos (Artesano Editores, 2012),
un tratado pormenorizado acerca de los procedimientos autoritarios del “régimen
chavista” y la manera como ha impactado la cultura venezolana, no solo en el ámbito institucional sino
también en el de las mentalidades.
Debido a que María Elena Ramos
es crítica de arte y se desempeñó por tres décadas como directiva de museos
nacionales, su mirada se emplaza en la crítica cultural, perspectiva desde la
cual contempla todos los aspectos del país con excepcional penetración y
discernimiento. “La cultura bajo acoso” es, desde el momento de su
aparición, un texto indispensable para comprender qué ha pasado en Venezuela desde la llegada al
poder de Chávez, quien, por cierto, es mencionado muy pocas veces, de manera que
el desastre que el libro documenta no es atribuido a una sola persona cuya
desaparición conllevará la suspensión de las responsabilidades, sino que estas
están repartidas en un amplio entramado de complicidades y esparcidas por toda
la sociedad.
El libro compendía textos
escritos a lo largo de la etapa inventariada: desde finales de los años 90 hasta
mediados del 2012, todos los cuales apuntan a consignar la creciente pérdida de
autonomía de las instituciones culturales como correlato de la supresión de
libertades en el país, con la connivencia de muchos sectores e
individuos.
Ramos explica para qué sirven
los museos y por qué son tan fundamentales en la vida contemporánea; entrega una
cronología de la gestión del régimen en materia cultural, que ilustra su
programa de destrucción; y dedica su gran talento, pasión y conocimientos a
explicar cuál es la función de un curador. Pero su hazaña ha consistido en
impregnar estos asuntos de una honda visión política y social, de manera que
cuando habla de los salones de un museo está refiriéndose a los cimientos de un
país; y cuando alude a colecciones, nos habla de valores nacionales y del
patrimonio físico y mental que nos define como pueblo.
Hay una idea que cruza este
libro, desde ya imprescindible para quien quiera pensar a Venezuela: Ramos
advierte que “sin abandonar el campo personal de estudio”, todos estamos
comprometidos a ver “los reales riesgos y peligros de este ahora social: el
miedo, la insensible pero progresiva pérdida de autonomía profesional y de
conciencia, la resignación, la aceptación de lo no aceptable o, peor aún, la
tolerancia de lo intolerable, la censura y la autocensura, el autoacallamiento”.
Ella no duda que vivimos “lo que la historia universal registra como constante
en momentos autoritarios”.
La escritora, con prosa
soberbia, da ejemplo de “necesidad de dejar testimonio”, y denuncia “el régimen
de Hugo Chávez” como un “periodo de agresión a valores y desmontaje de
instituciones que ya resulta demasiado largo”.
–Como comunicadores y
trabajadores intelectuales –nos conmina Ramos- tenemos la obligación,
profesional y ética, primero de darnos cuenta, lo que es exigido por nuestra
inteligencia; y, segundo, de dar cuenta, lo que exige nuestra responsabilidad en
la comunicación social. Y nos preguntaremos: ¿cuándo la palabra «verdad»
se enuncia precisamente para encubrir una farsa?, ¿cuándo la palabra
«libertad» es un camelo mientras su ejercicio real se va reduciendo?,
¿cuándo la palabra «transparencia», dicha por ciertos hablantes, anuncia
más bien ocultamiento?, ¿cuándo las palabras «educación, alfabetización» deben leerse
más bien como adoctrinamiento, ideologización?, ¿cuándo la palabra
«inclusión» lo que realmente incorpora es una profunda exclusión? Pero
para decir y dar cuenta hace falta sacudirse la pereza intelectual, que
desemboca en pereza moral. […] Para ver la diferencia entre el sueño y la
dramática realidad en proceso hace falta la vigilia: la del país, la de sus
intelectuales, la de sus comunicadores. Una vigilia conceptual y ética que sepa
nutrirse en las enseñanzas de la historia.
Sin mencionarlo en ningún
momento, María Elena Ramos ha hecho una
descarnada anatomía de la neutralidad como sinónimo de ceguera (no darse
cuenta), mudez (no dar cuenta), oportunismo (cálculo y a ver qué saco de esto)
y, en suma, lo contrario de lo que implica la cultura: libertad, heterogeneidad,
espontaneidad. Belleza.
Estamos ante un libro
esclarecedor, destinado a convertirse en clásico.
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