"Era un hombre de múltiples atributos, y tal vez eso lo
perdió. Lo único que no pudo aprender fue a jugar billar: mientras sus
compañeros se iban para el café a tacar, Aguirre se metía en la biblioteca a
leer. Y aprendió a escribir. Pero, al fin, escribir no es una sabiduría, sino
una destreza. Yo, que fui de su intimidad, sé que él usó de tal destreza para
decir el mundo, para revelar sus flojeras y falencias, para defender a los
menesterosos y a los débiles de corazón, y, haciéndolo, llegó a jugarse la vida.
Podría haber dicho, con Maiacovski: "Donde me puncen me matan, porque yo
soy todo corazón". Poco antes de su óbito, y ya próximo a los 80 años, se
le arrimó un desconocido y le dijo: "Muérase, pero escribiendo".
Dada su suma discreción en lo que toca con la intimidad,
y su timidez, algunos creerían que Aguirre era tibio. No es así. Era grande el
gusto de Aguirre con las mujeres, y tuvo con las mujeres (con varias)
relaciones de goce, de placer, de fantasía. A comienzos del año apareció un
anuario con los mejores fotógrafos colombianos de la segunda mitad del siglo
XX, edición de Eduardo Serrano y publicación del Museo Nacional de Colombia.
Entre esas fotografías hay tres de Aguirre, con énfasis en lo social. Se repite
que sus variados dones lo perdieron. Si, por ejemplo, se hubiera dedicado de
lleno a la fotogafía habría dejado obra grande. Fue Juez del Trabajo a los 23
años y Magistrado del Tribunal Superior de Medellín, Sala Laboral, a los 30,
que es el límite mínimo. Y durante siete años fue profesor de Derecho del
Trabajo en la Universidad de Medellín.
Introdujo doctrinas y tesis novedosas a la jurisprudencia
nacional. De haber seguido en el Derecho habría sido un sabio. Pero se puso a
hacer libros. Era como si lo cansaran las glorias: una vez conquistado un
laurel, lo hacía a un lado para que se secara. Rechazó siempre los homenajes.
Decía que el homenaje es un pedestal que prefigura el rígor mortis. "Daniel te
va a pedir, es seguro, que escribás mi obituario para SoHo", decía muerto de la
risa, y recordaba la máxima de Jardiel Poncela: "Los muertos, por mal que
lo hayan hecho, siempre salen en hombros". Me vas a tundir a elogios, y
uno indefenso.¿Que si Aguirre le tenía miedo a la muerte? Nada de nada. Próximo
ya a sucumbir repetía el verso de Teresa de Jesús: "Ven muerte, tan
escondida, que no te sienta venir, porque el placer de morir no me vuelva a dar
la vida".
Y aquí surgen dos apuntaciones. Era un recitador
formidable. Se sabía de memoria decenas de poemas, y se los decía en murmurio
"en las noches más negras y pesadas", cuando lo acosaba alguna
desazón por la lejanía. Era su bálsamo. Una vez recitó ante Berta Singerman el
Galán de Castro Saavedra, y la Gran Dama del verso, aplastada por un montón de
versos locales, cuando oyó a Aguirre revivió, se vino hacia él y le dijo:
"¡Pero qué bien lo hace usted; qué bien lo hace!". Ese había sido su
grado suma cum laude en declamación. Y el segundo apunte: parecerá raro, pero
Aguirre tenía un profundo amor y un grande conocimiento de los místicos españoles.
Hay que decir su excelencia como crítico de novela, de poesía, de cine. Fundó
el Cine Club de Medellín, les enseñó a ver cine a los antioqueños, fundó la
primera revista de cine que hubo en Colombia (la columna Cuadro), el primer programa
radial de cine y la primera columna de crítica cinematográfica de la prensa
nacional. Hizo crítica de fútbol, en radio y en revistas. Asistió al Mundial
del 70 en México, y sus crónicas en Vea Deportes forman texto sobre la materia.
Fue el primer editor de García Márquez (El coronel no tiene quien le escriba) y
editó uno de los libros más bellos, tipográficamente, que se han hecho en el
país: las Obras Completas de León de Greiff. Publicó el libro más hondo de
Fernando González: El libro de los viajes o de las presencias. En Medellín,
durante cuarenta años, tuvo la mejor librería: Librería Aguirre. Fue director
de la Agence France-Presse en Medellín, y su corresponsal internacional,
durante siete años. Fundó la Federación Colombiana de Tenis de Mesa, y fue
director técnico del equipo colombiano que asistió al Campeonato Suramericano
de Lima, en 1964. Habría que concluir como en los viejos escrutinios: faltan
datos de algunos municipios".
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