Como se sabe, océanos de tinta por parte de la prensa y revuelo entre los súbditos británicos provocó el abrazo del presidente norteamericano, Barack Obama, a la Reina Isabel II en el Palacio de Buckingham en la antesala de la Cumbre de Países del G-20, celebrada en Londres el 1º y 2 de abril. Por supuesto, la ingenuidad, la calidez o la espontaneidad del mandatario echaron por tierra el protocolo monárquico, en un país donde la tradición y la familia reales son parte del patrimonio nacional.
Desde luego sin llegar a semejantes niveles de ortodoxia, sí resulta evidente que con la modernidad se ha minimizado la importancia de los manuales de comportamiento social básico. Por ello, la motivación de estas líneas se origina en los dos sombreros alones que orondamente se exhibieron el sábado 28 de marzo en la asamblea del Círculo de Periodistas de Bogotá. En verdad, no se trata de tener a la más antigua agremiación periodìstica del país como tema recurrente de este blog. ¡Ni más faltaba! Simplemente, se me dio la oportunidad. ¡Y aquí estoy para comentarla!
No obstante la evolución de las costumbres, y al menos en Occidente, los códigos de urbanidad y de elemental cortesía consagran que el sombrero en las cabezas masculinas deberá retirarse al ingreso a un recinto, aún así no se trate de un evento de campanillas, donde prevalezcan el protocolo y la gran etiqueta. Y así, por mucho que el imperio de la informalidad haya exendido sus tentáculos, de todas maneras la observancia de este precepto es señal de consideración y respeto hacia los demás.
Con ese mismo respeto que merecen sus protagonistas, es preciso señalar que dos de los socios, además veteranos, acudieron a la cita sin haber tenido en cuenta la norma social de descubrirse la cabeza en este tipo de ocasiones. ¡Como si nada! Por cierto, uno de ellos —lo cual, sin duda, pertenece al fuero eminentemente personal— se apareció ataviado con la pinta de Juan Valdez. En verdad, aquí no se trataba de un encuentro de caballistas, ni de un Consejo Comunitario de la Presidencia, ni tampoco de una frijolada en la Casa de Nariño, sino de la Asamblea del Círculo de Periodistas de Bogotá.
A riesgo de ir al patíbulo por cargos de cotillera o de frívola, y aunque parezcan sutilezas, creo que aquí no solamente los sombreros puestos dejan mucho que desear. Es así como también se ha visto a algunos socios —¡sí, por suerte sólo algunos!— asistir a las asambleas en una informalidad rayana con la moda imperante en una caminata del profesor Gustavo Moncayo, y que comienza con los zapatos tenis y generalmente se completa con sudadera y gorra.
Según mis fuentes, apenas un botón de muestra de lo anterior está en que a finales del año pasado uno de los socios del CPB concurrió no sólo en flamante sudadera Adidas "made in Malaysia", sino exhibiendo su par de raquetas al hombro. Quizá, a su modo, fue esta la ocasión única y feliz para que sus colegas intuyeran que aquel caballero juega tenis en Colsubsidio. Al menos en rigor de la asamblea, aquí cabe preguntar: ¿Y acaso no podía dejar aquellos implementos en su 4x4 ranchera? En fin, el estilo es el hombre. O como dijo Alberto Casas: "!Caray!, qué pisco ese tan frondio. ¡Ojalá no le dé la chiripiorca por practicar el motocross!".
A proposito de aquel atuendo, y después de ver desfilar a los atletas colombianos en cada ceremonia olímpica —donde las naciones se esmeran por vestir sus mejores galas— despechado el periodista, escritor e investigador Germán Castro Caycedo ha llegado a la triste conclusión sobre cómo la sudadera es en verdad el auténtico traje nacional, el que identifica al país.
Por si las dudas, un reciente comentario del diario ABC de Madrid lo confirma cuando dice: "Una sudadera en el Aeropuerto de Barajas es indefectiblemente colombiana, lo cual constituye un efectivo referente para la policía española cuando se trata de operativos para pescar indocumentados o para combatir el delito"
De vuelta al caso de la última asamblea del CPB, según mis fuentes, hubo algo todavía mucho más aburrido que los sombreros insolentes, cual fue la consigna —y ésta sí bien desobligante— de "¡estúpida!", que una socia de cuyo nombre no quiero acordarme, bastante mayor y además bastante intensa, profirió sin motivo explicable contra la Presidenta del Círculo, lo cual no riñe con la etiqueta sino con la convivencia y con los buenos modales y maneras.
Por lo pronto, he encontrado interesantes y hasta entretenidas algunas consideraciones de la vieja, empolvada y no menos controvertida Urbanidad de Carreño, que en la era de la tecnología puede leerse en Internet, no obstante haber perdido vigencia para legislar sobre fenómenos sociales modernos tan arraigados como la sudadera, el celular, las 4x4, la lobería y la chicanería.
Tomadas de la web, las líneas que siguen se refieren a ciertas conductas que antes sonrojaban, y que hoy son comunes, paradójicamamente cuando proliferan las asesorías de imagen y las escuelas de glamour, etiqueta y modelaje:
La Urbanidad de Carreño (I)
Hoy en día, cuando se pautan inéditas normas de urbanidad —urbs, urbe— o reglas para la convivencia en la ciudad, que cambian y se adecuan a la velocidad con que vivimos, el "Manual de Urbanidad y buenas maneras" de Manuel Antonio Carreño quizá sea para muchos un libro pasado de moda, una reliquia de la antigüedad.
Como en los tiempos modernos la comunicación electrónica han ido forjando sus patrones de interacción, es así como en Internet existe lo que se denomina nettiqueta, una guía que esboza la manera de proceder en la red en donde, por ejemplo, escribir todo en mayúsculas se traduce como un "gritar" al interlocutor.
Hay además comportamientos no reglamentados, pero que la lógica del trato social actual señalan, como el mantener apagado el celular durante una conferencia o un concierto.
¿Estará ciertamente esta obra tan "pasada de moda" como algunos opinan? Juzgue el lector. Hábitos que son de mal gusto:
—Chuparse o morderse un mechón de pelo.
—Morderse las uñas o cutículas.
—Sentarse, especialmente las damas, con las piernas separadas, cruzadas o torcidas, " de una manera poco convencional".
—Masticar chicle mientras habla o con la boca abierta.
—Fumar en la calle o hacerlo sin haber pedido permiso a los presentes, especialmente a sabiendas de que el olor a cigarro puede ofender o incomodar a alguien.
—Tener un cigarrillo en los labios mientras habla.
—Hacer que los demás se sientan culpables o incómodos mientras comen algún delicioso postre solamente porque usted debe abstenerse debido a alguna dieta.
—Rascarse o pellizcarse la cara.
—Cometer la indiscreción de hacerle alguna pregunta íntima a alguien en voz alta: "¿Es eso una peluca?".
—Aplicarse maquillaje o peinarse en la mesa de comer.
—Usar rulos en el cabello en público.
—Llevar esmalte de uñas descascarado, uñas partidas o maltratadas o, peor aún, sucias.
—Una línea demasiado dramática y notable que delimite claramente dónde termina el maquillaje y dónde comienza el color natural de la piel.
—Hablar demasiado o en detalle de excentricidades personales: operaciones, enfermedades, neurosis, alergias, accidentes, etc.
—Comer ruidosamente, haciendo gestos exagerados.
—Introducir pedazos de comida demasiado grandes a la boca.
—Entrar a un recinto los caballeros, y... ¡no quitarse el sombrero!
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