Foto Agencia EFE
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Relacionado con el gran paro agrario ocurrido en Colombia en agosto y septiembre de 2013, el siguiente artículo deja en evidencia, una vez más, la ausencia general de análisis del periodismo frente a un fenómeno de tan grandes proporciones y de tan sensibles implicaciones sociales, económicas y políticas. Su autor, Javier Darío Restrepo, una de las plumas y de las voces más respetadas del periodismo, es experto en ética periodística, catedrático de la Universidad de Los Andes y conferencista en temas de comunicación social. Ha sido columnista en El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y El Heraldo.
Por la carretera que une a Florencia con su aeropuerto
aparecieron a lado y lado los grupos de campesinos y su campamento de protesta.
Viéndolos pensé que han adquirido el perfil de un poder que les sienta como un
vestido que nunca se les había ocurrido usar.
Durante su prolongado paro han puesto al descubierto las
fallas y debilidades del gobierno Santos; han dejado ver los errores y
flaquezas de la sociedad colombiana y a los periodistas nos han preocupado
porque, otra vez, han quedado al desnudo nuestros errores profesionales.
Las informaciones diarias insistieron hasta el cansancio en
el espectáculo de las carreteras bloqueadas, de los campesinos que gritaban, de
las llantas y vehículos incendiados y de policías y campesinos que tiraban
piedras. Esa fue la información del qué del paro. Pero fue una dimensión
silenciada, la del porqué del paro. La piedra o los bloqueos fueron más
importantes que las razones que habían llevado a este grupo humano a sacudirse
la resignación, el silencio y el ‘ningunamiento’.
También debía informarse el porqué del Gobierno, sobre todo
porque eran contradictorias esta actitud desdeñosa frente a los campesinos: “el
paro no existe” y la pose heroica con que el presidente había anunciado su
proyecto de restitución de tierras. Necesitaba una explicación aquel anuncio
sobre la defensa y apoyo a los campesinos que ahora iba en contravía de las
maniobras y sutilezas para que industriales poderosos como los de Riopaila se
quedaran con los baldíos de Orinoquia que debían ser para los campesinos. No
hubo espacio para explicar esa contradicción pero sí lo hubo para los abogados
sofisticados que le dieron apariencia jurídica a un proceso de trampas.
Fue, pues, una falla por omisión de información. También la
hubo por acción. Los campesinos tuvieron dos amenazas en el curso de su paro:
las acciones de fuerza de la policía y la presencia de los vándalos. A estos
infiltrados podrían agregarse los políticos que pretendieron hacer suyo el
movimiento campesino. No fue ingenuidad sino incapacidad profesional la que
llevó a la prensa a dar por hecho que los campesinos no eran campesinos sino
instrumentos de las Farc, o adherentes de la Marcha Patriótica, y tal fue la
imagen que ofrecieron al país y que aprovechó el gobierno para deslegitimarlos.
Había sido la ocasión para mostrar la fuerza de la
solidaridad campesina en las ollas comunales con que resolvieron y resistieron
el prolongado paro. ¿Alguien investigó y destacó el papel de la mujer campesina
en el hogar y en los cultivos familiares, mientras los hombres de la casa
defendían su dignidad y sus derechos?
Fue un paro contado de modo amañado, acusó un columnista. Se
destacó en esta oportunidad esa vieja falla, la del oficialismo instintivo de
medios y periodistas que no parecen haber descubierto que las fuentes menos
fiables y a las que debe aplicarse todo el rigor de la comprobación, son las
oficiales, puesto que el poder, por serlo, está muy cercano a la mentira usada
como mecanismo de defensa.
Estas fallas hicieron más notorio el papel cumplido por las
redes sociales en donde no imperan ni la dictadura de los ratings, ni las
adhesiones interesadas. Con una libertad mayor que la de los medios
comerciales, tuiteros y blogueros convocaron, por ejemplo, a los cacerolazos
que llenaron las plazas principales en Bogotá, Tunja y otras capitales.
Desde internet pareció escucharse con mayor nitidez que en
los medios, el pedido de los campesinos: “hablen por nosotros, que los
sentimientos de la comunidad campesina lleguen a la gente a través de ustedes”.
Quizá fue esta la gran falla: no haber escuchado y conocido
más a los campesinos. Se perdió la oportunidad de hacer un periodismo a lo
grande porque la prensa estuvo demasiado ocupada en recoger los boletines
oficiales y en escuchar la voz de los amos.
Por Javier Darío RestrepoPublicado en El Heraldo, de Barranquilla
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