Uno de los programas más vistos de la TV en los Estados Unidos es El Show de David Letterman, quien aquí conversa con la actriz Eva Longoria, de Amas de Casa Desesperadas. El famoso entrevistador suele ser blanco de encendidas controversias y protestas por su banalidad y muchas veces por irrespeto a sus invitados. Aqui formula preguntas salidas de tono a su entrevistada, quien hace alarde de sus atributos físicos.
NUEVA YORK, 8 de noviembre de 2011. El pasado medio siglo ha sido la era de los medios masivos electrónicos. La televisión reformuló la sociedad en cada rincón del mundo. Ahora, una explosión de nuevos dispositivos mediáticos se suma al televisor: DVD, computadoras, consolas de juegos, teléfonos inteligentes y más. Cada vez hay más evidencia que sugiere que esta proliferación de medios tiene infinidad de efectos negativos.
Estados Unidos lideró el mundo en la era de la televisión, y las implicaciones se pueden ver más directamente en la prolongada relación amorosa de Estados Unidos con lo que Harlan Ellison memorablemente llamó "la teta de cristal". En 1950, menos del 8 por ciento de los hogares estadounidenses tenía un televisor; para 1960, el porcentaje había pasado a ser del 90 por ciento. Ese nivel de penetración en otros lugares se demoró muchas más décadas, y los países más pobres todavía no han alcanzado esa cifra.
Como era de esperarse, los norteamericanos se convirtieron en los mayores telespectadores del mundo, lo cual probablemente siga siendo válido hoy en día, aunque los datos son un tanto imprecisos e incompletos. La mejor evidencia sugiere que los norteamericanos miran más de cinco horas por día de televisión en promedio -un número sorprendente, dado que se pasan varias horas más frente a otros dispositivos que transmiten video-. Otros países registran muchas menos horas frente a la pantalla. En Escandinavia, por ejemplo, el tiempo que la gente pasa mirando televisión es aproximadamente la mitad que el promedio en Estados Unidos.
Las consecuencias para la sociedad estadounidense son profundas, perturbadoras y una advertencia para el mundo -aunque probablemente llegue demasiado tarde como para ser tenida en cuenta-. Primero, mirar mucha televisión reporta escaso placer. Muchas encuestas demuestran que es casi como una adicción que ofrece un beneficio a corto plazo que conduce a una infelicidad y a un remordimiento de largo aliento. Estos espectadores dicen que preferirían mirar menos televisión de la que miran.
Es más, mirar mucha televisión contribuyó a la fragmentación social. El tiempo que se solía pasar en grupo en la comunidad hoy se pasa en soledad frente a una pantalla. Robert Putman, el prominente especialista en la decadente sensación de comunidad en Estados Unidos, descubrió que mirar televisión es la explicación central de la merma del "capital social", la confianza que une a las comunidades. Por supuesto, hay muchos otros factores en juego, pero la atomización social generada por la televisión no debería subestimarse.
Por cierto, mirar mucha televisión es malo para la salud física y para la salud mental. Los norteamericanos van a la cabeza del mundo en materia de obesidad -aproximadamente las dos terceras partes de la población estadounidense hoy tiene sobrepeso-. Una vez más, muchos factores están detrás de esta situación, inclusive una dieta de alimentos fritos baratos y poco saludables, pero el tiempo sedentario que se pasa frente al televisor también es una influencia importante.
Al mismo tiempo, lo que sucede mentalmente es tan importante como lo que sucede físicamente. La televisión y los medios relacionados fueron los grandes proveedores y transmisores de la propaganda corporativa y política en la sociedad.
La televisión de Estados Unidos está casi en su totalidad en manos privadas, y los dueños generan un buen porcentaje de su dinero a través de una publicidad implacable. Las campañas publicitarias efectivas, que apelan a deseos inconscientes -normalmente relacionados con la comida, el sexo y la condición social- crean ansias de productos y compras que tienen muy poco valor real para los consumidores o para la sociedad.
Lo mismo, obviamente, le sucedió a la política. Los políticos estadounidenses hoy son marcas, empaquetadas como cereal para el desayuno. Cualquiera -y cualquier idea- se puede vender con una cinta brillante y un 'jingle' pegadizo.
Todos los caminos al poder en Estados Unidos pasan por la televisión, y todo el acceso a la televisión depende del dinero en grande. Esta lógica simple puso a la política estadounidense en manos de los ricos como nunca antes.
Hasta la guerra puede mostrarse como un producto nuevo. La administración Bush promovió las premisas de la guerra de Irak -las armas de destrucción masiva inexistentes de Saddam Hussein- con el estilo familiar, colorido, ágil y lleno de gráfica de la publicidad televisiva. Luego la guerra en sí comenzó con el llamado bombardeo de la "sorpresa y conmoción" de Bagdad -un espectáculo en vivo hecho para la televisión y destinado a asegurar altos niveles de audiencia para la invasión liderada por Estados Unidos-.
Muchos neurocientíficos creen que los efectos que tiene mirar televisión en la salud mental podrían ser aún más profundos que una adicción, que el consumismo, que la pérdida de confianza social y que la propaganda política. Quizá la televisión esté volviendo a cablear los cerebros de los telespectadores asiduos y afectando sus capacidades cognitivas. La Academia de Pediatría de Estados Unidos advirtió recientemente que es peligroso que los niños miren televisión porque puede dañar su desarrollo cerebral, e instó a los padres a mantener a los niños de menos de dos años lejos de la televisión y de medios similares.
Una encuesta reciente en Estados Unidos, de la organización Common Sense Media, revela una paradoja que, no obstante, resulta perfectamente entendible. Los niños en hogares estadounidenses pobres hoy no sólo miran más televisión que los niños de hogares adinerados, sino que también es más probable que tengan un televisor en su cuarto. Cuando el consumo de una mercancía cae conforme aumenta el ingreso, los economistas lo llaman un bien "inferior".
Sin duda, los medios masivos pueden ser útiles como proveedores de información, educación, entretenimiento y hasta conciencia política. Pero un exceso de ellos nos está enfrentando a peligros que es preciso evitar.
Cuando menos, podemos minimizar esos peligros. Entre las estrategias exitosas a nivel mundial están los límites a la publicidad televisiva, especialmente dirigida a los niños; los canales de televisión públicos y no comerciales, como la BBC; y el tiempo de televisión gratuito (pero limitado) para las campañas políticas.
Por supuesto, la mejor defensa es el propio autocontrol. Todos podemos dejar la televisión apagada más horas por día y pasar ese tiempo leyendo, hablando con los demás y reconstruyendo la base de la salud personal y la confianza social.
Por Jeffrey D. Sachs, Profesor de Economía y director del Earth Institute, en la Universidad de Columbia. También es asesor especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
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